lunes, 21 de junio de 2010

PUERTO...27º CAPITULO

Luego de varios años de pasarla en la aldea, Moreno decidió que ya era hora de partir. Muchos cambios se realizaron, terminaron las luchas por el oasis, ahora eran varias tribus las que convivían en perfecta armonía. Todo esto lo había logrado el con su inteligencia y su capacidad para escuchar y resolver problemas. Pero cansado de la vida del desierto, quería volver al mar, que era su vida y su hogar.
Su tribu no quería que se fuera, siempre le insistieron que formara familia allí, pero el solo tenía una mujer en su mente y quería ir en su busca.
Su caballo cargado de pertrechos, armas y comida. Emprendió el viaje, largo y agotador. Seguro y decidido, conocía cada duna y grano de arena del desierto, aprendió a conocerlo y quererlo.
Cuatro días de viaje llevaba ya, aves carroñeras volaban por encima de el, indicando la proximidad de algún animal muerto, pero al acercarse, el olor característico de la muerte lo puso en alerta, eran hombres los muertos.
El revolver prontamente en su mano, comprobó que el fusil estuviera cargado y el alfanje pronto a desenvainar. Un silbido conocido que paso cerca de el, hizo que tumbara su caballo para no ofrecer una silueta mas fácil de apuntar. Los disparos caían cerca de el levantando un puñado de arena. Calculo que los agresores estarían a unos cien metros. Ajustando la mira de su fusil, apunto durante un momento, sosteniendo el aire para que temblara menos su brazo, eligió a quien creyó sería el jefe por ir adelante y su vestidura ricamente ornamentada y disparó. Un segundo después el hombre se toma el pecho con las manos y cae aparatosamente del caballo. Dos hombres desmontaron para ver que le sucedió, el resto de los jinetes siguieron su camino hacia Moreno. Decidió ahorrar munición y defenderse a punta de espada, no sabía cuantos hombres más podrían venir en contra de el.
Al llegar, se encontraron con un hombre parado, haciéndoles frente con un alfanje en la mano derecha y un cuchillo corvo en la siniestra, sin temor, sus ropas sobrias, pero con un porte que les demostró que estaba acostumbrado a mandar.
Mi nombre es Asad, jefe de la tribu del oasis de las cinco palmeras, ustedes osaron dispararme por la espalda cobardemente, eso lo pagaran con sangre. Dicho esto los atacó directamente sin mediar otra palabra.
Los hombres quedaron desconcertados, desde el momento que dijo su nombre, Asad era un nombre muy temido en el desierto, se contaban innumerables historias sobre el, reales ya que la gente del desierto no necesitaba agrandar los cuentos, la verdad absoluta era más terrible que cualquier cuento que pudieran inventar sobre el.
Uno de los hombres mas aguerrido y con la cara cubierta de cicatrices se rió ostentosamente de el. Moreno detuvo su ataque mirándolo directamente a los ojos, una sonrisa comenzó a nacer en sus labios al mismo tiempo que lanzó su espada enterrándola en el pecho del que reía, como tantas veces lo hizo a lo largo de su vida como guerrero del desierto. La risa del hombre se transformó en un grito ahogado de dolor, no podía respirar y la vida se apagaba lentamente y con mucho dolor. Moreno se acerca, toma la empuñadura de su espada y lentamente la quita, produciendo más dolor aún. Veo que ya no ríes le dice al moribundo con una sonrisa. Le quita el turbante y se pone a limpiar el alfanje ensangrentado tranquilamente sin mirar al resto de los hombres que silenciosos no se atrevían a moverse, menos teniendo enfrente de ellos al temible Asad.
Al terminar de limpiar su acero les dice simplemente que se vayan. Mientras los hombres se alejan en una nube de arena. Moreno recarga su fusil y envaina su espada, el caballo entrenado por el, todavía estaba acostado en la arena esperando que le diera la orden de levantarse.
Al galope sigue su camino, para no darle tiempo que cambien de idea y vuelvan con más hombres para atacarlo. Más adelante se acerca hasta el lugar de donde provenía el olor a putrefacción. Carretas quemadas, esqueletos de caballos y legionarios muertos por todos lados. La visión de los uniformes quemados y agujereados en el suelo, anteriormente llevados con gallardía seguramente por jóvenes como lo fue el, le produjo tristeza más que furia. Aprendió a reconocer que ellos eran los extranjeros en esa tierra. Pero decidió seguir las huellas de los hombres que atacaron esa caravana, al ver que llevaban rehenes.
Dos días completos le llevó encontrar la aldea adonde llevaban las huellas, esa noche el fuego central de la tribu, resaltaba en el cielo estrellado como un faro.
Como una sombra pasa entre las chozas, buscando en cuales estarían los legionarios, hasta que da con la del sheik de ese clan.
El jefe de los beduinos se despierta sobresaltado, enfrente de el, un hombre blanco afilaba suavemente un cuchillo corvo. Tal era la destreza de su trabajo que por un momento lo observó hacerlo. Se incorporó sobre las mantas y antes de poder decir algo, escucha las palabras del hombre ante él. Mi nombre es Asad y quiero los hombres que sobrevivieron al ataque a la caravana, los quiero vivos, de eso depende tu propia supervivencia. El descaro de ese hombre es enorme piensa el sheik, pero sabiendo lo que ocurrió con los hombres que lo enfrentaron días atrás, prefirió hacerle caso. Llamó al guardia que estaba cuidando la entrada de la choza y le pide que traiga los prisioneros, lo mira a Moreno que probaba el filo de su cuchillo en una soga y se retira. El silencio fue roto por el jefe, mi nombre es Jibrîl que en tu lengua significa Gabriel. Un gruñido recibió en respuesta de parte de Moreno.
El guardia entró con los rehenes, dos hombres con el uniforme de la legión, con su cuchillo cortaron las ataduras y le dijo al jefe que prepare tres caballos. Un gesto al guardia y este partió pronto a preparar las monturas.
Moreno desenvaina su enorme alfanje y le dice esta espada me la dio el más valiente de los sheik, juro por su memoria que si nos sigues con tus guerreros, volveré y arrasaré tu aldea sin perdonar mujeres y niños, la fiereza en su mirada demostraba que no mentía. En sus ojos verdes se leían muchas batallas en donde la misericordia no era su fuerte. Un saludo árabe le hizo y salió de la choza con los dos hombres.
Les ordenó que monten y partieron en silencio hacia las dunas, en donde el caballo de Moreno lo esperaba pacientemente.
Mi nombre es Asad, pero para ustedes soy Moreno les dice con una enorme sonrisa, se levanta la manga de su camisa y les muestra el tatuaje, la flama dorada, una daga en llamas, símbolo que solo ostentan los legionarios.
El asombro se leía en sus caras, un grito de triunfo salió de las bocas de aquellos hombres, ¡Legio Patria Nostra!
Un día completo galoparon sin cesar en dirección contraria, descansaron por la noche, mientras Moreno observaba la quietud de la noche, intentando adivinar si eran seguidos por los hombres de Jibrîl. Al ver que nadie los perseguía, se sentó junto a los hombres a comer tranquilo de las reservas que tenía en la montura de su caballo. Los dos hombres cansados se miraban entre ellos, ninguno se atrevía a entablar conversación con el. El mas grande de los dos le dice, soy Antoine y el es Gérard. Pertenecíamos al batallón más adentrado en el desierto, yo era el encargado de entrenarlos en combate, pero fuimos emboscados por la noche, mientras la mayoría dormía, sus ojos cargados de tristeza, seguramente recordando a esos hombres jóvenes que fueron sus hermanos de armas. Gérard era el maestro armero del destacamento. Mirando a Moreno esperando que les cuente que hacía el en el desierto, un legionario tan lejos de sus camaradas.
Mientras tomaban un te fuerte y picante, Moreno les cuenta toda su historia, desde su partida del faro, hasta lo que sucedió le día que los rescató.
Mientras contaba esto se miraba y acariciaba un anillo que tenía en un dedo de su mano izquierda, se lo quita y se lo ofrece a Antoine. Este es uno de los regalos mas preciados que me dio le sheik, una pequeña serpiente mordiéndose la cola, es el símbolo del infinito.
El legionario mira un momento el anillo y se lo pone, como prueba de amistad solo te puedo ofrecer que en donde sea que esté velaré por ti y los tuyos, dando hasta la última gota de sangre por ellos. Dicho esto le pide el cuchillo a Moreno, haciéndose un tajo en la palma de la mano le dice, ofrezco mi sangre en prueba de amistad eterna. Moreno toma el cuchillo cortándose el también, le contesta, tu sangre es aceptada y la mía es ofrecida con el mismo motivo.
Estrechándose las manos, sellaron su amistad y hermandad de sangre y se acuestan a dormir cerca del fuego improvisado.
Las luces del amanecer ilumina a Moreno preparando su caballo. Los hombres se despiertan, preparan una comida rápida y fría. Anduvieron mucho tiempo entre las dunas, cazando y escondiéndose de los guerreros. Pasaron por muchos oasis en donde eran recibidos, el solo hecho de decir su nombre, Moreno recibía innumerables regalos, comida, armas, todo esto por la fama que había traspasado los límites de las dunas.
Así estuvieron por meses, incontables ya, perdieron la cuenta de los días que estuvieron viajando, hasta que un día una brisa con olor a sal les acaricio el rostro, la alegría se pinto en sus cuerpos, los caballos cansados, caminaban más rápido, queriendo salir de esa arena interminable.
Las olas azotaban con fuerza sobre las rocas en la playa, un pescador arreglaba sus redes antes de salir en su bote. Un puerto se divisaba a lo lejos, era el momento de la despedida, Moreno no volvería a la legión, tenía otro horizonte para ver. Al separarse de los hombres que lo acompañaron en la última parte e su viaje, le regaló a Antoine su alfanje que estaba manchado de tantas peleas con un color rojizo, a Gérard le dio su revolver y así sin armas, entro al puerto en busca de un barco que lo llevaría a su destino final.

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