lunes, 21 de junio de 2010

ALANA...14º CAPITULO



Cuando tuvo a su beba en brazos, toda la emoción contenida en los últimos meses golpeó a esa mujer dura y el llanto fue incontenible.
Luego de un parto tranquilo con mucha ansiedad por parte de ella, se encontraba dormitando junto a Marina que lucía sonrosada. Su sueño apacible era como un somnífero que contagiaba al verla, tan tranquila, con una mirada madura a pesar de ser recién nacida.
De mañana Elizabeth juntó su ropa en un bolso, agradeció y saludo a todos en el hospital y partió junto a su bebé.
La proximidad de la cabaña le produjo mucha alegría, la soledad que sentía en ella se esfumó, ahora serían dos las almas que vivirían en ese lugar paradisíaco. Cuand llegaron a la cabaña las recibió Dago, que dejó de lado su adultez y se comportó como el cachorro que era saltando y ladrando durante el trayecto que les llevó bajarse del auto hasta entrar a la cabaña.
Luego de olfatear la cuna y al pequeño bulto que era Marina en los brazos de su madre, se acostó en un rincón de la habitación observándolas atentamente.
El llanto indicaba que era hora de comer y procedió a satisfacer rápidamente su demanda. La cabaña debidamente acondicionada para la llegada de la niña estaba llena de móviles y juguetes, un andador al lado de la cuna de madera que ella misma construyó tenia grabada unas letras, Marina.
Al anochecer el perro se acercó hasta la puerta indicando que era el momento de su paseo nocturno que lo realizaba solo, desde hacía varios meses, una mirada hacia la cuna y se perdió en la obscuridad de la noche. Solo un ladrido profundo se escuchó, que resonó en todo el bosque.
El suspiro de Elizabeth tenia una connotación de cansancio. Aprovechó el momento de paz que tenía luego de los quehaceres de cocina y limpieza. Se sentó a leer el libro que dejó una semana atrás. Al retomar la lectura pensó todo lo que tenía que hacer y el viaje que iba a realizar en unos meses. Viejos recuerdos vinieron a su mente, una playa, un faro y él.
Su mirada vuela hasta la puerta en el mismo instante que alguien la golpea.
Imaginando quien es, se levanta y sin miedo le abre. La figura de la mujer en la entrada no era otra que la misma que se encontró en el bosque.
Al entrar en la cabaña, parecía iluminar toda la estancia con su presencia, su vestido blanco flotaba en el aire dejando entrever un cuerpo delgado, etéreo. Detrás de ella venía Dago, una mirada de ella le indicó al cachorro que era momento de ir a su rincón.
Una sonrisa de ella tranquilizó a Elizabeth al ver que la mujer se dirigía hacia la cuna, en donde se encontraba Marina entretenida mirando el atrapa sueños que colgaba arriba de su cabeza.
Mi nombre es Alana le dice a Elizabeth y abriendo su túnica saca un collar con un medallón que tenía la forma de una serpiente mordiéndose la cola. Mientras colocaba el collar en el cuello de la beba, recitaba una lengua extraña, que Elizabeth comprendió perfectamente, era la lengua en la que estaba escrito el libro.
Este collar es tuyo por derecho, el emblema del medallón te brindará protección y te guiará en los momentos que sean necesarios. Esto es lo que significaban esas palabras.
Una sonrisa de satisfacción tenía la mujer, una mirada llamando a Dago y los dos partieron hacia el sendero. Elizabeth desde la puerta los miró perderse en la noche. Una sola imagen tenía en mente. El faro.
Marina jugaba con su medallón recién adquirido, una sonrisa le regaló a su madre cuando esta se acerco a la cuna. La alzó en brazos y se acerca a la ventana de la cabaña. La noche adquiría nuevas visiones, una espesa bruma se extendía por todas partes. Al mirar hacia el sendero vio la figura impasible y atenta de un perro negro que sentado las observaba atentamente.
Tomó el libro y busco entre sus hojas. Al encontrar lo que buscaba abre la puerta y mirando al can dice unas palabras en un idioma desconocido pero muy claro para ella. En el preciso instante que termina de recitar las palabras, el perro se acerca hasta ella y Marina.
Se acuesta en la entrada de la puerta y mueve la cola en una clara demostración de alegría. Elizabeth le acaricia el lomo a lo que el perro responde con un ladrido. Haciéndose a un lado lo deja pasar mientras piensa que sería un buen reemplazo para cuidarlas a las dos mientras Dago vaga por el bosque con Alana.
Marina estira sus bracitos hacia el perro negro, este mira a Elizabeth como pidiendo permiso con la mirada.
Y así pasan un buen rato de la noche jugando los tres, hasta que decide que es tiempo de hacer guardia en la entrada de la cabaña.
Unas horas después Elizabeth lo observa desde la ventana, no comió lo que le ofreció, solo esta ahí, sentado, mirando el bosque.

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