lunes, 21 de junio de 2010

CRECIENDO...15º CAPITULO

El tiempo iba pasando lentamente en la cabaña, los días se sucedían en completa tranquilidad. Las salidas se fueron espaciando, el cansancio era cada vez mayor. Dedicaba mucho tiempo a escribir en su cuaderno todo lo que recordaba e iba pasando en su vida.
Dago no la dejaba ni a sol ni a sombra, fiel compañero la seguía a todos lados. Y constantemente apoyaba su hocico en la panza de Elizabeth que iba creciendo.
Con una sonrisa siempre lo llamaba cuando estaba cansada y mientras se recostaba en un sillón el perro se acostaba a sus pies como esperando una caricia, que siempre era dada.
Pensaba mucho en la mujer y su encuentro en el bosque. Quien era y de donde venía. Pero creía que todo sería comprendido en su momento.
La búsqueda de Moreno había sido inútil. Varias veces había intentado encontrar información sobre el. Pero siempre recibía la misma información. Ese dato es clasificado.
Ni siquiera intentando sobornar a los funcionarios conseguía siquiera le digan en que país estaba. Volvía con más tristeza aún. Los viajes al cuartel le dejaban una soledad que nunca había sentido. Sobre todo las miradas que sentía sobre su redondeada panza le indicaban que ni ellos sabían lo que sucedía con el paradero de el.
Numerosas cartas que enviaba volvían a ella sin haber sido leídas.
Varias veces estuvo a punto de subir a un barco y partir. Pero al llegar al muelle con un bolso y su perro. Volvía mas desesperanzada, no sabía donde comenzar la búsqueda de su amor.
Sospechaba que la ausencia de noticias implicaba su muerte.
Pensando todo esto ella se encontraba en medio del bosque, alejada de todo. Aislada. Sola.
Solo Dago era su única compañía. Tal vez tenía que ser así.
Retomando el libro que había dejado, se encontró que todo lo que iba a suceder excedía de su capacidad de adecuarse a distintas extremas, esto iba mucho más allá.
Tenia que tomar una decisión pronto antes que el tiempo se esfumara y fuera imposible volver atrás. La lectura se hacía cada vez más atrayente. Todo lo revelado le parecía una locura, pero seguía leyendo empapándose en las letras. Debía recitar frases haciendo signos en la puerta. Lo más curioso de esto es que al realizarlo una sola vez ya se acordaba de memoria lo que tenía decir y los signos que debía trazar.
Su mirada se torno obscura al leer lo siguiente, pero igualmente trazó los signos en la puerta y recitó lo que debía decirse.
Soy lo que el bosque guarda como un tesoro, lo que en secreto los árboles, se lo dicen a los caminantes perdidos. Un susurro, eso soy, eso fui, eso seré.

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