lunes, 21 de junio de 2010

DESTINO...2º CAPITULO



La luz de las estrellas se colaba por la ventana abierta. Bañando de blancura a la mujer que miraba soñadoramente la Luna, y a su perro, que dormitaba pesadamente luego de sus correrías vespertinas.
Repasando en su mente el encuentro que por la tarde tuvo con ese muchacho, caminando por la playa.
Dago, su labrador dorado, al que todas las tardes llevaba a caminar cerca de la bahía. Ve un hombre sentado en una roca, pensativo, se escapa de su correa y sale disparado en dirección a la silueta, luego se ve como el hombre cae al suelo ante el ímpetu que el cachorro demostraba en su carrera.
Cuando ella llega casi sin aliento por la velocidad que tuvo que imponer a su marcha, midiendo el desastre del encuentro entre el can y el hombre, se encuentra con que la escena es muy distinta a la que se imagino en su mente, los dos se encontraban revolcándose en la arena. Suspira de alivio, ya que tenía preparadas un sinfín de disculpas, pero sonríe cuando lo ve al hombre agarrándole las orejas al perro y riendo a carcajadas, intentando esquivar los lenguetazos húmedos que le propinaba el perro.
¡Hola!, le pido disculpas por Dago, no está acostumbrado a ver muchas personas y se pone demasiado contento –dice la mujer. Buenas tardes –contesta el mientras se sacude la arena de la ropa.
El es Dago y yo soy Elizabeth, ¿y ud es…? –pregunta con mirada inquisidora.
Vine a trabajar en el faro, y mi nombre es Moreno –contesta risueño sosteniendo la mirada de ella.
Lo mira extrañada, ya que el nombre no coincidía con la tez clara y los ojos verdes de Moreno.
Yo soy fotógrafa y vine a pasar el verano con una familia de amigos que viven aquí.
¿Le gustaría conocer el faro? -pregunta Moreno mientras acaricia las orejas del cachorro.
Por supuesto –mientras saca su cámara de fotos de un bolso de mano.
Un silencio agradable los acompaña todo el camino, interrumpido cada tanto, por los ladridos de Dago, persiguiendo las gaviotas que buscan alimento entre los restos que dejan las olas.
Al llegar al faro, se ve una hermosa escalera caracol, con sus peldaños nuevos y lustrosos.
La invita a subir, aún se siente el olor a pintura fresca de las paredes.
Al final se vislumbra una habitación, una cama pequeña y una estufa que su función era evidentemente para calefaccionar y cocinar. El la seguía, contento de ver en su cara, la fascinación al observar tan maravillosa vista. Se observa los barcos a los lejos con sus redes de pesca, los pescadores artesanales entre las escolleras, a los niños nadando y jugando en la playa y a Dago a lo lejos inspeccionando cangrejos que se defendían a punta de tenaza tal intromisión.
Le pide a Moreno que le tome una fotografía, ya que quiere guardar esa imagen para siempre.
El tiempo fue pasando y obscurecía rápido, él decide acompañarla, en ese preciso instante Elizabeth le toma una fotografía de sorpresa, entre sonrisas y timidez, descienden lentamente por la escalera y luego arreglan un próximo paseo para el día siguiente, un silbido alerta a Dago que es hora de regresar a casa, se despide del muchacho y se marchan los dos, entre la penumbra del ocaso.
Todo esto recordaba, mientras su perro la interrumpe exigiendo la cena.
Mira un momento más la Luna, se pregunta el porque de esa mirada soñadora que se refleja en la fotografía que le tomó a Moreno, y que pasará mañana, cuando salga el sol, en esas costas tan lejanas, y si la luz del amanecer la guiará en su camino, que recién comenzó y que se llama destino.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.