lunes, 21 de junio de 2010

DAGO...9º CAPITULO



Luego de un baño que fue tomado de buen grado, lo recompensaron con una caricia en el lomo y una golosina, luego de eso, raudamente partió hacia el patio delantero de la cabaña, para así poder revolcarse en la tierra con felicidad. La mueca de fastidio que mostraba Elizabeth se transformó en una sonrisa y un suspiro largo acorde al tiempo que invirtió en el aseo le fue imposible retener.
Tomó como nota mental, que la próxima vez que lo bañe, debería atarlo luego para que dure un poco más la limpieza.
Mientras lo veía adentrarse entre los árboles, decidió entrar a la cabaña y continuar con su cuaderno que había dejado sin terminar noches atrás.
Mientras investigaba los olores que habían dejado los zorros en sus cacerías nocturnas, se alejaba cada vez más del sendero que llevaba a la cabaña. Una y otra vez olfateaba las mismas piedras, dando vueltas sin poder ubicar la dirección que había tomado algún animal que pasó por ahí horas antes.
Una liebre a pocos metros de distancia, se entretenía acicalándose las orejas bajo el sol.
Al mirar en dirección a los ladridos, la liebre ve correr hacia ella como una tromba, al perro, que siendo cachorro aún, tenía un tamaño mucho más grande que la mayoría de los cachorros de 4 meses. En un abrir y cerrar de ojos hecho a correr entre los árboles. Dago la seguía muy de cerca, pero como todavía no tenía experiencia en la caza, la liebre prontamente se perdió de vista. Al llegar aun claro, cansado y sediento. Se sentó jadeante a la sombra de un árbol.
Se durmió profundamente, un sueño apacible y tierno. Donde solo podía soñar con su dueña y galletas marineras a las que se había vuelto adicto de tanto pasear por los puertos.
Una brisa comenzó a soplar entre las ramas del ciprés y suavemente fue cobijado bajo su sombra.
Recuerdos mperdidos, imágenes de un puerto y una jaula, un vendedor que le acariciaba el hocico, soñando con el dinero que iba a embolsarse al venderlo. Los días que fueron pasando viéndolos desde la ventana de la tienda. Era su lugar favorito, observaba una gran parte del zoco. La gente que se queda mirando la ventana en donde el estaba junto a las demás mascotas. Pero el solo los miraba indiferente. Prefería ver los niños como jugaban y compraban junto a sus padres. No había ninguna verdad en esto, pero si lógica. Como todo cachorro juguetón. Le atraía más las risas de los niños y sus juguetes.
El tintineo de la puerta llama su atención, una mujer joven había entrado. El cachorro salta de su habitual postura de meditación y corre hacía ella, mientras mordisqueaba sus botas la mujer se ríe.
Al despertarse ya era de noche, un gemido de miedo sale de su garganta, desorientado no sabe hacia donde ir, se hecha sobre las raíces del ciprés buscando refugio. A lo lejos se escuchan voces, la voz de su ama que lo llama. Su ladrido en el silencio de la noche retumba como un trueno. La luz de la linterna se acerca cada vez más, un lloriqueo alerta a Elizabeth la posición exacta en donde se encontraba Dago.
Acurrucado, temblando de miedo, lo alza en brazos y con palabras cariñosas emprende el viaje de vuelta, mira hacia atrás y ve al ciprés, una sola palabra sale de sus labios. Gracias.

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