El muchacho mira el horizonte, el ruido del agua se escucha de fondo.
Piensa que ya es hora de volver, se hace tarde y obscurece rápido en el bosque.
En el camino junta unas ramas secas para encender la cocina a leña.
Se escuchan ruidos a lo lejos, quizás gemidos, sabe lo que significan, y apura el paso.
La noche se va cerrando sobre las rocas, un atisbo de temor cruza por su rostro. Falta poco, piensa. A pocos metros se ve la cabaña, entonces, siente ruidos de hojas secas al ser pisadas, detrás de él. Cierra los ojos, solo unos metros quedan. En el preciso instante de tocar la puerta de la cabaña, un suspiro le roza el cuello y la espalda.
Al entrar apresuradamente se da cuenta que tiene los dientes apretados, los labios fruncidos en una mueca.
Estuvo cerca, debo ser más precavido la próxima vez dice.
El muchacho mira por la ventana, ya es de noche, el reflejo del fuego en el hogar, dibuja siluetas fantasmagóricas en el vidrio opaco.
El tiempo va pasando lentamente, susurros, murmullos, se escuchan rodeando la cabaña. Entrada la madrugada el muchacho observa la puerta atentamente, unos segundos después, alguien golpea la puerta, avisando su presencia.
Se levanta apresurado, como si hubiera estado esperando ese momento, resignado.
Al acercarse a la puerta, un escalofrío recorre su espalda, lo que deba ser, será, -dice en un murmullo.
Abre la puerta, una mujer de cabellos dorados lo mira desde el pórtico. Sus ojos eran como mirar el reflejo del lago al atardecer. Vestía una túnica blanca que parecía flotar alrededor de ella y tenía un báculo en su mano derecha. Un perro dorado estaba sentado en el sendero entre el bosque y la cabaña.
Te estaba esperando -le dice el muchacho.
La mujer se inclina sobre la puerta, traza unos símbolos, y le dice: cuando la primera luz del amanecer llegue aquí, te llevaré conmigo al bosque.
El ruido de la puerta al cerrarse se asemejó a una sentencia de muerte.
Se sienta apesadumbrado al lado del fuego, como queriendo abrazar las llamas.
Se miran, como midiendo lo que van a decir. Luego de un rato largo, el muchacho pregunta: ¿por qué yo?
Porque tú misma pregunta, es tu respuesta -contesta ella.
¿Quién eres? –con una mirada retadora pregunta el.
Soy lo que el bosque guarda como un tesoro, lo que en secreto los árboles, se lo dicen a los caminantes perdidos. Un susurro, eso soy, eso fui, eso seré.
Te he escuchado varias veces….en el sendero…entre los árboles. Querías decirme algo.
Es verdad -dice la mujer. Pero ahora estoy aquí. Y vendrás conmigo.
El muchacho piensa miles de formas de escapar de esa cabaña, sabiendo que sería inútil el intento, decide pensar una estrategia para convencer a esa mujer.
Si no se los motivos, no puedo acompañarte, dice el muchacho intentando ganar más tiempo.
No necesito motivos, pero te los daré si quieres…
El mar tiene su profundidad, ese azul profundo, que todo lo sabe, que todo lo cura, que todo lo alimenta.
El cielo tiene las nubes, esa majestuosidad blanca, esponjada, serena, que da sombra al caluroso.
La tierra tiene los ríos que curan la sed del que necesita.
Las montañas tienen sus bosques verdes y frondosos, donde abunda la vida.
El bosque me tiene a mí, su tesoro más preciado, donde me esconde, me cuida y me prepara, cuando debo salir.
Yo solo tengo las almas y por eso te voy a llevar conmigo.
Luego de un momento, el muchacho, mira por la ventana, el primer rayo de luz, está por aparecer. Se da cuenta que no tiene escapatoria, es inútil defenderse y escapar.
¿Puedo llevar algo conmigo, una flor? -Pregunta el muchacho.
A donde vamos, hay muchas flores -dice la mujer con una sonrisa.
Y así, con el nuevo amanecer, partieron juntos, la muerte y él, adentrándose en el bosque. Sin mirar atrás.
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