lunes, 21 de junio de 2010

EL FARO...1º CAPITULO




Sus manos suaves recorrían lentamente la madera del bote abandonado y enterrado en la arena, como si al acariciarlo, sintiera por donde navegó. Sus dedos largos y finos, se podría decir casi nacarados, por la blancura y tersura de la piel, rozaban la madera rota, sintiendo cada línea que encontraba. Sus ojos grises y profundos, solo veían la suavidad que solo una persona de corazón puro podría encontrar en la imperfección.
Mira en dirección a la escollera y ve el faro abandonado, decide caminar hasta el y observar de cerca lo que se vislumbra como una sombra.
Una escalera desvencijada invita tediosamente a subirla. Se pueden ver las telarañas y la tierra acumulada por décadas. Los peldaños antes pulidos y brillantes están rotos y sin color.
Una habitación pequeña en donde solamente se ve una catrera, dándole un toque de soledad fantasmal del lugar, se encuentra llena de fotos pegadas en la pared. Se pueden apreciar pescadores y redes en las imágenes. Al mirar una detenidamente, se ve un muchacho joven, rondando los treinta años, con el típico gorro de lana que usa la gente de mar para protegerse del viento y el frío. La mirada triste y distante la atrapa. Como si estuviera esperándola a ella, la imagen le trae recuerdos de su infancia en el pueblo, antes de ir a estudiar biología marina. Se lleva la fotografía para preguntar a la gente del pueblo y a los pescadores si lo reconocen.
Al caminar por la playa desolada no puede apartar de su mente la imagen del joven. Varias veces la mira, sin saber porque le atrae tanto esa mirada. Se sienta a descansar sobre una roca y la caparazón de una ostra le llama la atención, al mirarla se da cuenta que tiene forma de corazón, una rareza de la naturaleza, un aviso quizá. Al tocarla, su suavidad le recuerda cuando con su madre, recorrían las arenas revueltas de la playa luego de una tormenta, buscando caracolas rosadas.
A lo lejos ve un viejo, intentando sacar una red de pesca enterrada en la arena, sus esfuerzos eran casi cómicos, cada vez que tiraba se caía al suelo. Se acerca para charlar con él y averiguar la historia del faro y sus fotografías.
Buenas tardes buen hombre -dice ella en un intento de acercamiento-.
Buenas tardes niña -contesta el viejo-.
Al amagar agacharse y ayudarle, el viejo hace un gesto de suficiencia. -puedo solo niña-
Al mirar atentamente su rostro, la barba y los ojos verdes, le resulta familiar el viejo. Como si lo conociera de más joven.
Mi nombre es Marina, ¿y usted es…? -pregunta ella-.
El viejo se incorpora, da una pitada a su pipa marrón que despide una aroma a chocolate suave y picante al mismo tiempo. La mira atentamente y sus ojos se van tornando de un color más gris que verde.
Ella se siente incómoda con su mirada, esta por dar media vuelta e irse, cuando el viejo le dice con un suspiro de impaciencia -Moreno es mi nombre-.
¿Usted conoció la gente que trabajaba en el faro? –Pregunta ella tímidamente-.
Mucha gente trabajó en ese faro abandonado –sentenció el viejo-.
-Encontré esta fotografía y quisiera saber si conocía al joven. Al mirar su mano y la fotografía que ella le ofrecía, la mirada del viejo se tornó más triste, como si recordara algo, algún recuerdo abandonado en su memoria.
Una sonrisa se vislumbra en sus labios, mezcla de añoranza y vejez. Esa fotografía la hizo una muchacha hace treinta años -dice el viejo-.
La mano de la mujer desciende lentamente, sin comprender aún las palabras de él, mira la imagen en blanco y negro, sin entender.
-¿Usted es el muchacho de la foto? –pregunta mirándolo fijamente-.
-Soy yo, una mujer hermosa, que vivía en el pueblo, a pocos kilómetros de aquí, me tomó la foto.
-¿Era su novia? –Pregunta con una sonrisa-.
Nos enamoramos hace treinta años y nunca más supe de ella. Yo entré en la legión extranjera y cuando regrese ya no vivía más aquí, la busqué pero nunca pude dar con ella.
Yo viví aquí hasta los diez años, pero nunca lo vi a usted -contesta Marina-.
Regresé hace veinte años y el faro ya estaba abandonado, la fotografía que encontró niña, la dejé por si alguna vez ella volvía –dice el viejo con una mirada abandonada-.
-Marina, ¿le gustaría ayudarme a sacar la red de la arena?
Entre los dos en un rato quitan la red.
-¿Tomaría un té conmigo? –Pregunta él con una sonrisa de triunfo.
Ella se hace mil preguntas en su mente mientras van caminando torpemente con la red a cuestas, al llegar a su casa, se podría decir una choza de pescador, con una colección interminable de redes y mascarones de proa en la entrada del lugar que denotan la cantidad de años que el viejo recorría las playas desenterrando tesoros.
En la obscuridad de la choza se puede ver a través de las paredes de caña y la arena filtrándose por ellas, amontonándose en los rincones. Mientras el viejo prepara el té, le pregunta -¿Usted qué hace por estos lugares abandonados al viento niña?
Quise recorrer los lugares donde camine de pequeña, ver la gente y sus costumbres, es una promesa que le hice a mi madre antes de morir –le contesta-.
Ella ansiaba mucho que yo volviera aquí, sus mejores años los vivió en el pueblo, me contaba del faro y de los botes enterrados en la arena, quise verlos y recordar mi niñez.
Estudié muchos años y recorrí muchas playas, pero siempre quise volver aquí, donde nací y viví mis primeros años. -¿Y su padre niña? –Pregunta el viejo mientras sirve el té en dos tazas de lata abolladas por el uso-.
Nunca supe de él, sólo se que se amaban mucho, pero tuvo que emprender viaje antes de saber que mi madre estaba embarazada y nunca más volvió. Mi madre esperó diez años que regresara de su viaje. Quería que yo estudiara y decidió que debíamos partir. ¿Tiene alguna fotografía de su novia Moreno? –le pregunta tímidamente.
De su camisa raída y parchada muchas veces, saca de un bolsillo una foto ajada, que se nota fue vista miles de veces por sus bordes gastados. Se ve una mujer, en una habitación, sentada en un sillón. Se vislumbra en su rostro felicidad. Una mano delgada y blanca intentando acomodar su pelo largo y castaño, alborotado por la risa. Es ella, Elizabeth –dice el viejo, con un temblor de amor en su voz-.
La muchacha deja caer la foto al suelo, la brisa que se cuela por las paredes de la choza, empuja un puñado de arena sobre la fotografía. El atardecer rojizo iluminaba sus caras, el viejo al levantar la imagen de su amada, observa atentamente la mirada que le devuelve la mujer de la foto.
Un sin fin de emociones surcan su rostro, al comprender, al entender, quien es la muchacha que lo mira con lágrimas en los ojos, y su mano estirada hacia el, en un mudo acercamiento.
Hija mía –dice el viejo abrazándola-.
El ocaso va terminando, su luz baña las costas de la bahía, un atardecer como muchos y el faro, testigo sereno de un amor eterno.



07/03/09

DESTINO...2º CAPITULO



La luz de las estrellas se colaba por la ventana abierta. Bañando de blancura a la mujer que miraba soñadoramente la Luna, y a su perro, que dormitaba pesadamente luego de sus correrías vespertinas.
Repasando en su mente el encuentro que por la tarde tuvo con ese muchacho, caminando por la playa.
Dago, su labrador dorado, al que todas las tardes llevaba a caminar cerca de la bahía. Ve un hombre sentado en una roca, pensativo, se escapa de su correa y sale disparado en dirección a la silueta, luego se ve como el hombre cae al suelo ante el ímpetu que el cachorro demostraba en su carrera.
Cuando ella llega casi sin aliento por la velocidad que tuvo que imponer a su marcha, midiendo el desastre del encuentro entre el can y el hombre, se encuentra con que la escena es muy distinta a la que se imagino en su mente, los dos se encontraban revolcándose en la arena. Suspira de alivio, ya que tenía preparadas un sinfín de disculpas, pero sonríe cuando lo ve al hombre agarrándole las orejas al perro y riendo a carcajadas, intentando esquivar los lenguetazos húmedos que le propinaba el perro.
¡Hola!, le pido disculpas por Dago, no está acostumbrado a ver muchas personas y se pone demasiado contento –dice la mujer. Buenas tardes –contesta el mientras se sacude la arena de la ropa.
El es Dago y yo soy Elizabeth, ¿y ud es…? –pregunta con mirada inquisidora.
Vine a trabajar en el faro, y mi nombre es Moreno –contesta risueño sosteniendo la mirada de ella.
Lo mira extrañada, ya que el nombre no coincidía con la tez clara y los ojos verdes de Moreno.
Yo soy fotógrafa y vine a pasar el verano con una familia de amigos que viven aquí.
¿Le gustaría conocer el faro? -pregunta Moreno mientras acaricia las orejas del cachorro.
Por supuesto –mientras saca su cámara de fotos de un bolso de mano.
Un silencio agradable los acompaña todo el camino, interrumpido cada tanto, por los ladridos de Dago, persiguiendo las gaviotas que buscan alimento entre los restos que dejan las olas.
Al llegar al faro, se ve una hermosa escalera caracol, con sus peldaños nuevos y lustrosos.
La invita a subir, aún se siente el olor a pintura fresca de las paredes.
Al final se vislumbra una habitación, una cama pequeña y una estufa que su función era evidentemente para calefaccionar y cocinar. El la seguía, contento de ver en su cara, la fascinación al observar tan maravillosa vista. Se observa los barcos a los lejos con sus redes de pesca, los pescadores artesanales entre las escolleras, a los niños nadando y jugando en la playa y a Dago a lo lejos inspeccionando cangrejos que se defendían a punta de tenaza tal intromisión.
Le pide a Moreno que le tome una fotografía, ya que quiere guardar esa imagen para siempre.
El tiempo fue pasando y obscurecía rápido, él decide acompañarla, en ese preciso instante Elizabeth le toma una fotografía de sorpresa, entre sonrisas y timidez, descienden lentamente por la escalera y luego arreglan un próximo paseo para el día siguiente, un silbido alerta a Dago que es hora de regresar a casa, se despide del muchacho y se marchan los dos, entre la penumbra del ocaso.
Todo esto recordaba, mientras su perro la interrumpe exigiendo la cena.
Mira un momento más la Luna, se pregunta el porque de esa mirada soñadora que se refleja en la fotografía que le tomó a Moreno, y que pasará mañana, cuando salga el sol, en esas costas tan lejanas, y si la luz del amanecer la guiará en su camino, que recién comenzó y que se llama destino.

LA ETERNA ESPERA...3º CAPITULO



El aire fresco la revivió un poco, su cansancio era tan evidente, como un sediento en el desierto. Apoyada pesadamente en la baranda superior del barco, la mujer miraba el muelle, que estaba repleto de vida, marineros contentos de pisar tierra, mercaderes haciendo sus negocios, niños pescando y jugando, mujeres con sus sombrillas escondiéndose del sol abrasador.
Recordaba todo el viaje en su mente, grabado a fuego los colores y los olores de su estadía en Egipto, el reflejo del sol en la arena donde antiguamente caminaban los reyes de antaño. El suave y lento andar de los camellos, único transporte conocido en esos lugares remotos.
Con los sentidos aun adormecidos por los recuerdos, despierta de su ensoñación y mira a lo lejos. Lo que llama su atención es un faro viejo y evidentemente abandonado, le extraña su condición, deslucido, sin pintura que delate un uso, con partes de su estructura rota.
Las ventanas que antes dejaban pasar la luz potente que iluminaba el mar, ahora rotas y deslucidas. La puerta anteriormente de madera fuerte y brillante se encuentra ahora salida de su lugar y desvencijada.
Elizabeth, ese era el nombre de la joven, un nombre que le sentaba muy bien, con carácter y fortaleza. Casi iba acompañada de una reverencia su propio nombre. Heredado de su abuela, y esta de su abuela y así, ya olvidándose quien fue la primera en lucirlo.
Peor ella no necesitaba de su nombre para llamar la atención, su cabello largo, ondulante y de color castaño rojizo, era su carta de presentación. Sus ojos verdes, eran soñadores, profundos y a veces pícaros. Su cuerpo era firme y musculoso, de tanto andar de campamentos, viajes y caminatas largas por los desiertos, valles y bosques.
Su vida se resumía en viajes, como fotógrafa de una revista nacional que publicaba historias y fotografías de los lugares mas recónditos y hermosos del mundo, desconocidos para la mayoría de la gente. Pero gracias a las imágenes captadas por ella, el mundo se acercaba aún más a la naturaleza perdida.
Pero tantos viajes, le dejaba un pequeño vacío, cada vez que llegaba a algún puerto, nadie la esperaba, ni familia, amigos, hijos, amor.
El amor no la esperaba en ningún puerto, la soledad que sentía al llegar a destino, siempre la volvía más frágil y triste, todo lo contrario que veía la gente al observarla, una mujer fuerte y con carácter.
Buscando alojamiento, recorría el zoco, donde había tantas cosas maravillosas, extrañas, hermosas. Ropa de lino para soportar el calor sofocante, comida autóctona, bebidas refrescantes. Casas de té en la vereda, golosinas dulces, muy dulce. Era tan grande el lugar y tan variadas cosas para ver, que se perdía entre tantas tiendas. Hasta que llega a una de mascotas, loros, ardillas, faisanes, gatos, perros, todo tipo de animales se veían desparramados por el lugar.
En un rincón, había unos cachorros haciendo alboroto con sus juegos y ladridos. Al acercarse a ellos, uno sale corriendo intempestivamente hacia ella, y a morder sistemáticamente los cordones de sus botas del desierto, que para su seguridad, eran fuertes como para resistir los embates del cachorro, de unos 4 meses de edad.
Al alzarlo, su cola se transformó en un molinete, y la sonrisa de ella, demostrando, la necesidad de tener alguien que la espere. El dueño de la tienda, al reconocer el gesto de ella, ya tenía la venta asegurada, solo intentaría regatear cuando ella le diga que le precio era muy caro.
Mientras le ofrecía un te de hierbas fresco y picante, como muestra de buen comerciante, le dice el precio, y se queda desilusionado cuando ella acepta enseguida sin regatear.
Mujer y perro salen de la tienda, dejando al vendedor contento y confuso por la rapidez de la venta.
Elizabeth en busca de un veterinario, para aplicarles vacunas y ver el estado general de salud del cachorro, iba pensando en el nombre que le iba a poner, tan importante como el suyo propio. Ya que marcaría la personalidad del perro.
Una casa pequeña, con un cartel colgando en el frente con forma de hueso, daba a entender que era lo que buscaba. El lugar fresco y cómodo, solo se podía sentir el murmullo del ventilador de techo, y los almohadones tan característicos de Marruecos.
Al salir el médico del fondo, con una bandeja en manos, con una taza de té humeante, la sonrisa de Elizabeth se hizo evidente, la rapidez que tenía para preparar le té, cuando apenas sentía el ruido de la puerta, indicando la llegada de un futuro cliente.
Luego de los saludos y reverencias habituales, comienza la revisión del cachorro, que dormitaba en brazos de la mujer. Contenta estaba porque no tenía ninguna enfermedad, su condición era perfecta, lo vacuna sin ninguna queja de parte del perro, y le dice que la raza es Golden Retriever, al notar la cara de desconocimiento, le dice el veterinario, es un Labrador Dorado. Les gusta mucho el agua, nadar y realizar viajes, son muy protectores de sus dueños y sus hijos.
Tiene que ponerle un nombre, para que la pueda reconocer al llamarlo. Mientras tanto ella recorría el local, le llamó la atención un libro, de tapas en filigrana de oro, un perro con un faisán en la boca impreso en relieve en la tapa, al abrirlo, se podía ver las distintas razas de perros en dibujos, bellamente realizados, con las descripciones de pelo, capacidad olfativa, enfermedades comunes y alimentos necesarios.
Al buscar la raza de su cachorro, leyó atentamente sobre sus cuidados, necesidades, formas de trato y en capacidades se podía leer: le apasiona mucho el entorno acuático, donde al encontrarse cerca de un lago, río o mar, se lanzará derecho y firme como una daga hacía el agua sin dudarlo, tiene la capacidad de realizar rescates o ser preparado para esa tarea.
Como una daga, pensaba ella, al salir al aire caliente y ya extrañando el te consumido en la veterinaria, con el cachorro en brazos, mira hacia el zoco, un mundo de gente, compradores y vendedores, en un sinfín de voces regateando por monedas, porque era una costumbre hacerlo de esa forma.
Vamos Dago, le dice al cachorro que la miraba a los ojos de forma tierna, busquemos un lugar lindo y tranquilo para quedarnos.

CABAÑA...4º CAPITULO



Estoy en la cabaña de noche, miro el fuego del hogar, veo como se van quemando los troncos. Escucho el viento en los árboles, veo como bailan las sombras en la pared, y miro por la ventana la luz tenue de la luna.
Necesito ese silencio, como si todo fuera único y por primera vez, cuando la expectativa del encuentro se torna en ansiedad. Cuando solamente uno está con sus pensamientos, en donde ni los pensamientos están solos.
El crepitar leñoso del fuego, solo deja una marca de luz, en la penumbra de la cabaña. Como si presintiera mi necesidad de compañía, me ilumina suavemente, como si me estuviera meciendo hasta dormir.
Siento que alguien espía sobre mi hombro, miro hacia la ventana, sabiendo de antemano que solo veré el reflejo mismo del hogar, la mesa con un par de libros que mitigaron el atardecer acuoso y la humedad goteando hasta el piso, testigo mudo de una lluvia torrencial.
El libro me atrapa, pero las ganas de ir hacia la puerta es mas intenso que las ganas de leer, como si sintiera que lo que encontraré afuera es mas interesante que el libro.
Necesito oler el suave y picante olor a bosque húmedo, a las hojas podridas por la lluvia, que penetra por todos lados. Ese olor, tan claro y espeso, tan cerca y único.
La obscuridad de la noche, solo se ve opacada por el tímido iluminar de la luz de la Luna, como unos dedos mágicos, acarician todos los rincones del bosque, marcando con un brillo especial los ojos de una lechuza, que espera paciente a su presa.
Al observar los árboles atentamente, veo como van cobrando vida de a poco, las ramas se mecen suavemente por la brisa nocturna, un zorro colorado, mudo testigo de mi ensoñación, olfatea las raíces de los cipreses, en busca de olores que le indiquen si hay de cenar. Las cortezas de los árboles parecen una carretera, poblado de cientos de bichitos que buscan refugio más arriba, a salvo de las bocas ansiosas de ellos.
Dago, mi labrador dorado, levanta la cabeza mirándome, preguntándome con su mirada, si íbamos a hacer una recorrida nocturna por el bosque, algo tan fascinante que ninguno de los dos podíamos resistir.
Vamos le digo, y se levanta contento moviendo su cola en una clara señal de alegría. Caminamos en la semi obscuridad del sendero conocido, mi paso es lento pero preciso, solo nos acompaña la luz de la luna y una pequeña linterna, para eludir raíces y a su vez para no espantar los seres que poblaban en ese momento el camino, y que era de ellos, mas que nuestro.
Dago como siempre camina adelante, uno metros apenas, como escudriñando el terreno, listo para defenderme de algún ataque, por parte de algún animal misterioso y desconocido por el.
Su pelaje erizado, indicaba la emoción que la salida le producía, su agitación era tan evidente como nuestra necesidad de caminar entre los árboles, y sentir los seres mágicos que nos protegían a cada paso. Luego de un tiempo necesario como para ordenar los recuerdos del último viaje, llegamos a la orilla del lago, tan hermoso con el reflejo de la Luna y las montañas en su espejo cristalino.
Me siento quedamente sobre una roca, que ya era como un trono acostumbrado en nuestras caminatas. Dago se arroja sin pensar al agua creando un chapoteo de gotas brillantes, producto de la luz, que parecían pequeñas cuentas de vidrio.
Tanta belleza, tantos árboles y montañas, me recordaban tanto mi niñez, cerca del mar y del faro, tantas idas y venidas por el mundo, recorriendo caminos y conociendo culturas. Pero lo que más extraño, es el mar y el faro.
Despertando de mi somnolencia, me doy cuenta que Dago se había echado al lado mío, cansado de tanto nado, miraba soñadoramente las aguas que quedaron agitadas con tanto juego.
Volvamos a la cabaña le digo, el camino es largo, y tengo mucho que pensar.

EL CIPRES...5º CAPITULO



Un susurro me despierta en la noche, al incorporarme, veo las sombras que bailan en la ventana de la habitación. Las ramas de los cipreses me llaman, como un mudo testigo, Dago, mi fiel compañero de andanzas, duerme plácidamente sobre la frazada dispuesta exclusivamente para el.
Los pies sufren el embate del suelo frío de la cabaña, el hogar a leña hacia varias horas que ya no tenía brazas y el frío era por demás evidente en la habitación.
Un Jean, el pulóver y una campera eran suficientes para combatir el fresco de la noche. Al salir a la obscuridad, solamente iluminada por una Luna tímida, vuelvo a escuchar el susurro lejano y misterioso. Como un llamado, con una cadencia en el sonido, como latente, esperando un encuentro.
Un tenue rocío moja mi frente, indicando la proximidad de los árboles. Ramas muertas entorpecen el camino en la noche, saltando troncos caídos, anteriormente señores de los senderos, voy acercándome al llamado.
Una luz mortecina rodea un claro en el bosque, aún se puede ver las luces de la cabaña, para mi asombro veo a Dago en el umbral de la puerta, observando atentamente mis movimientos. No lo llamo, este momento es solo mío, lo que encuentre solo será, porque ellos lo quisieron así. El susurro se hace más fuerte, como si fuera un coro, oído de lejos. Miles de voces convocando, como si fuera un encuentro antiquísimo, prometido siglos antes, cuando los celtas y druidas dominaban el arte de hablar con los seres del bosque.
Un ciprés viejo, casi sin ramas, dominaba el claro, sus pocas ramas estaban quietas, cuando los demás árboles danzaban y mecían sus hojas, provocando sin fin de siluetas en las raíces.
Al mirarlo un momento, me impregno de su sabiduría ancestral, puedo sentir todo el conocimiento adquirido con el paso de los años, el traspaso de milenios de historias a través de sus semillas.
Me acerco aún más, me inclino en un saludo, una reverencia nunca antes hecha, pero conocida.
Mi nombre es Elizabeth y aquí estoy.

FANTASIA...6º CAPITULO



La mente era un torbellino, aunque la Luna seguía iluminando, le costaba ver el camino. Aún se podía ver el claro detrás y el viejo ciprés, altivo y solitario. La luz de la cabaña se hacia cada vez más grande, apuró el paso, para poder instalarse cómodamente frente al hogar, aunque apagado, era como una fortaleza del pensamiento. Donde se haría mucho más fácil pensar en lo que había sucedido hace unos momentos.
Dago dormitaba en el umbral de la puerta, al llegar hasta el, se despierta con una mirada que podría decirse de curiosidad, procedió a olfatearla concienzudamente, como para constatar que realmente era ella. Un leve gruñido y una mirada del perro hacia la obscuridad de la noche, detrás de ella, bastó para que Elizabeth se diera cuenta que algo cambió en ella.
Un café caliente, una manta para taparse, era todo el escudo que necesitaba para el frío de la cabaña. Al sentarse se dio cuenta que su corazón palpitaba muy fuerte y que su respiración era un poco agitada.
Tenía tanto para meditar sobre el encuentro, anonadada por sus pensamientos, se encontraba en un estado casi catatónico. Había acudido al llamado, esas voces que tanto había escuchado y que siempre atribuyo a su mente fantasiosa. En la continua soledad que siempre se encontraba, nunca pensó la tarea que se le iba a encomendar. Se preguntó mil veces si todo había sido un sueño, una cruel mentira de su mente atormentada por los ruidos de la noche.
Decidió tomar un cuaderno con las notas de sus viajes y anota todo lo que había sucedido. Luego lo dejó a un lado, mirándolo atentamente, pensaba en si debía o no escribirlo.
Abrió el cuaderno y escribió:
Un susurro me despierta en la noche…

LEA...7º CAPITULO



Se sentó un momento a descansar y a sacarse las piedritas que molestaban en sus botas. La subida no era tan empinada, pero no había senderos en esa montaña y tenía que encontrar lugares con poca vegetación para poder pasar.
La vista era hermosa. Desde ahí podía ver toda la inmensidad de un valle, con variados colores en sus árboles, por la proximidad del otoño, que los despojaba de su vestidura verdosa. Varias horas le costó atravesar ese bosque.
Recordando casi en éxtasis lo sucedido la noche anterior, emprende el descenso hacia la casa que se divisaba a lo lejos. Un corral añejo, roto y desvencijado, era indicativo de que el lugar estaba abandonado.
La puerta de entrada de la casa estaba abierta, como invitando a recorrerla. Los muebles intactos y tierra por todos lados era lo que se veía. La mesa del comedor estaba servida, como esperando un comensal por mucho tiempo. En el piso superior donde se encontraban las habitaciones, solo reinaba el caos. Evidentemente los animales salvajes habían optado por buscar refugio en invierno en tan desolado lugar. La habitación principal tenía una vieja cama esquelética con dosel pero sin ningún rastro de armarios u otros muebles. Un viejo baúl con un enorme candado llamó su atención. Luego de mirarlo un rato, decidió que el dueño de la llave tuvo algún motivo para protegerlo así y ella no era quien para intentar abrirlo.
Una puerta trasera comunicaba con un patio grande, un camino empedrado que se perdía en la distancia. Al seguirlo por un buen rato llega hasta una alameda, donde el pasto era muy verde. Entre unos árboles había un yegua atada a un palo enterrado en el pasto. El asombro fue tal que al acercarse a ella, no pudo hacer mas que mirarla.
Todo lo que le había sido contado la noche anterior en el claro del bosque, al acudir al llamado del ciprés se cumplía.
El camino por donde tenía que subir para encontrar el valle, la casa abandonada y el equino.
Pensativa, se acerca más al animal que se queda quieto como ignorándola. Ante esa actitud, no avanza más y se queda observándolo. Se le había dicho lo que encontraría aquí y las consecuencias de aceptar el viaje. Todo coincidía.
Sin pensarlo más, se acerca. Le acaricia el hocico y la crin. Un temblor de placer recorre su pescuezo y refriega su cabeza en la camisa de ella. Te llamaré Lea.
Elizabeth toma sus riendas y vuelven juntas por el camino empedrado.

NOSTALGIA...8º CAPITULO



La sorpresa se transformo en alegría. Nunca pensó sentirse así. El cambio no se notaba todavía, era el primer mes.
Sus dudas se transformaron en certezas. Su pensamiento voló hasta Moreno, su partida unos días atrás la dejó llena de dudas y mucha ansiedad. Se preguntaba que iba a hacer ahora, tenía un viaje para realizar, previsto para el Tibet, pero ya sería imposible realizarlo. Decidió llamar a la revista para comunicarles que no sería posible el viaje debido a su estado.
En la soledad del hotel, preparo su equipaje, su mochila maltrecha por los años de uso, le causó una sensación de tristeza. Por lo que ya no podría hacer. Finalizó su etapa de recorrer el mundo, mirando culturas y la naturaleza a través del objetivo de su cámara.
El cansancio y una mente llena de recuerdos de un faro, la llevaron a dormirse aún con la ropa puesta.
El amanecer llegó con una luz tenue, llenando la habitación de un halo rojizo. Al despertarse, una sola imagen tenía en su mente. Una cabaña, en realidad una choza en la playa, muy cerca del mar, varios mascarones de proa en al entrada. Y a él, Moreno, con esa mirada tranquila, observando el mar.
Los días se fueron sucediendo como un sueño, felicidad absoluta, el tiempo pasó, rápido, inevitable. Paseos por lugares antes nunca visitados. El amor había llegado por fin a su vida, con una fuerza arrolladora. Todo lo que había vivido antes, fue claramente superado por ese hombre.
Pero los dos tenían compromisos en sus vidas, la Legión Extranjera lo necesitaba del otro lado del mundo, era necesario que fuera servir a su país. Varios viajes más tendría que hacer ella para poder descansar en sus vacaciones. Pero la promesa del reencuentro, cuando se despedían, al subir Moreno al barco que lo llevaría a su destino, le dio una esperanza. Pero el destino sería otro.

DAGO...9º CAPITULO



Luego de un baño que fue tomado de buen grado, lo recompensaron con una caricia en el lomo y una golosina, luego de eso, raudamente partió hacia el patio delantero de la cabaña, para así poder revolcarse en la tierra con felicidad. La mueca de fastidio que mostraba Elizabeth se transformó en una sonrisa y un suspiro largo acorde al tiempo que invirtió en el aseo le fue imposible retener.
Tomó como nota mental, que la próxima vez que lo bañe, debería atarlo luego para que dure un poco más la limpieza.
Mientras lo veía adentrarse entre los árboles, decidió entrar a la cabaña y continuar con su cuaderno que había dejado sin terminar noches atrás.
Mientras investigaba los olores que habían dejado los zorros en sus cacerías nocturnas, se alejaba cada vez más del sendero que llevaba a la cabaña. Una y otra vez olfateaba las mismas piedras, dando vueltas sin poder ubicar la dirección que había tomado algún animal que pasó por ahí horas antes.
Una liebre a pocos metros de distancia, se entretenía acicalándose las orejas bajo el sol.
Al mirar en dirección a los ladridos, la liebre ve correr hacia ella como una tromba, al perro, que siendo cachorro aún, tenía un tamaño mucho más grande que la mayoría de los cachorros de 4 meses. En un abrir y cerrar de ojos hecho a correr entre los árboles. Dago la seguía muy de cerca, pero como todavía no tenía experiencia en la caza, la liebre prontamente se perdió de vista. Al llegar aun claro, cansado y sediento. Se sentó jadeante a la sombra de un árbol.
Se durmió profundamente, un sueño apacible y tierno. Donde solo podía soñar con su dueña y galletas marineras a las que se había vuelto adicto de tanto pasear por los puertos.
Una brisa comenzó a soplar entre las ramas del ciprés y suavemente fue cobijado bajo su sombra.
Recuerdos mperdidos, imágenes de un puerto y una jaula, un vendedor que le acariciaba el hocico, soñando con el dinero que iba a embolsarse al venderlo. Los días que fueron pasando viéndolos desde la ventana de la tienda. Era su lugar favorito, observaba una gran parte del zoco. La gente que se queda mirando la ventana en donde el estaba junto a las demás mascotas. Pero el solo los miraba indiferente. Prefería ver los niños como jugaban y compraban junto a sus padres. No había ninguna verdad en esto, pero si lógica. Como todo cachorro juguetón. Le atraía más las risas de los niños y sus juguetes.
El tintineo de la puerta llama su atención, una mujer joven había entrado. El cachorro salta de su habitual postura de meditación y corre hacía ella, mientras mordisqueaba sus botas la mujer se ríe.
Al despertarse ya era de noche, un gemido de miedo sale de su garganta, desorientado no sabe hacia donde ir, se hecha sobre las raíces del ciprés buscando refugio. A lo lejos se escuchan voces, la voz de su ama que lo llama. Su ladrido en el silencio de la noche retumba como un trueno. La luz de la linterna se acerca cada vez más, un lloriqueo alerta a Elizabeth la posición exacta en donde se encontraba Dago.
Acurrucado, temblando de miedo, lo alza en brazos y con palabras cariñosas emprende el viaje de vuelta, mira hacia atrás y ve al ciprés, una sola palabra sale de sus labios. Gracias.

MORENO...10º CAPITULO



De todas las mujeres que pasaron por su vida, solo a una no podía olvidar, del resto no recordaba ni sus nombres ya. Como escapando de ella subió al barco, las despedidas le dejaban un sabor amargo. Un brazo levantado, agitando una cámara fotográfica, era lo único que podía divisar de ella entre la multitud. Una figura, subida a una caja con una mano sobre la frente a modo de visera como si fuera una esfinge, observaba el barco partir.
Moreno se frotaba los ojos como queriendo quitar esa imagen de su mente, recordando la promesa de regresar pronto, ella lo esperaría, lo sabía, lo podía intuir. Esperaría su regreso.
El sudor y la arena se le metían en los ojos, haciéndole difícil apuntar. El sol quemaba todo alrededor, evaporaba el agua, calentaba las armas y sobre todo los cegaba. De esto se valía le enemigo para atacarlos, una y otra vez el sol que daba de lleno en los ojos de los combatientes, marcaba su fin.
Solo diez valientes quedaban de toda de su guarnición de trescientos hombres. La sed, las balas y las heridas, los fue diezmando de a poco.
De sargento paso a ser comandante, al morir el último oficial de un balazo que atravesó su frente al asomarse por encima de la empalizada.
Comandante del batallón, conformado por diez hombres, incluyéndose.
Una caja con cincuenta balas, cuatro revólveres y seis sables, eran todo su armamento.
Pero el coraje de estos hombres condenados a muerte, por sangre o por sed, era superior a sus enemigos, que solo atacaban en condiciones demasiados favorables y se contentaron con esperar que mueran de sed.
Sabiendo esto, Moreno decide idear un plan, aunque sea solo para matar unos cuantos antes de morir.
Esa noche, sería la última noche si no hacían algo para defenderse.
Trabajan toda la tarde, sudan a mares pero no tienen agua para tomar. Dos soldados deciden tomar la vía rápida y se disparan un tiro en la sien. Moreno los mira caer lamentando las balas que gastaron.
La noche se va cerrando, se despiden deseándose suerte o morir rápido, cualquiera de las dos opciones era bienvenida.
En el silencio del desierto solo se oía el viento entre las dunas.
Una vibración empieza a sentirse en el suelo, los pensamientos de Moreno están junto a una mujer, muy lejos de el. En el mar.
Un griterío los alerta que están entrando a la guarnición. Cascos de caballos golpean el suelo fuertemente. El desenvainar de sables fue inconfundible, los hombres del desierto prefieren no gastar munición, siendo tan pocos hombres que matar.
Pero el silencio desconcertante que siguió fue lo que esperaba Moreno y sus compañeros.
Al unísono, salieron todos de sus escondites, pequeños pozos en la arena tapados con madera suelta, donde estaban arrodillados esperando la oportunidad. Estratégicamente colocados alrededor de la entrada al fuerte destruido. Ahora nadie podía entrar o salir.
Armados hasta los dientes, los hombres del desierto se enfurecieron al verse engañados de tal modo. Y buscaron la sangre del extranjero. mientras gritaban
Cincuenta hombres bien alimentados y sin sed, luchaban contra diez, hambrientos y sedientos, sin munición. Solo a sable y revólver se iban abriendo paso gritando ¡Aquí la Legión! Los entrené bien pensaba el sargento, mataban tres o cuatro antes de caer ante el acero enemigo.
Uno a uno fueron muriendo, solo quedaba el, su fiereza era motivo por cual el jefe de la banda lo observaba atentamente mientras Moreno atacaba y se defendía de no menos cuatro hombres al mismo tiempo.
Agotado. Cubierto de sangre, más ajena que suya. Con una rodilla en tierra, usando casi de bastón su sable, intentaba levantarse esgrimiendo un enorme cuchillo en la mano.
Al verse ya superado en numero y fuerzas. Se deja caer pesadamente ante los enemigos que lo rodeaban, los veinticinco que quedaban.
El jefe hace una señal, que no lo maten, lo quiere vivo.
Moreno busca en su funda el revolver con la única bala que le quedaba, guardada para esa situación. Cierra los ojos mientras apunta a su cabeza. La imagen de Elizabeth en su mente.
El clic fallido del percutor al golpear falsamente la bala resuena como un eco.
Miraba su arma con una mueca de fastidio y sorpresa.
No era tu destino dice un hombre. Mientras la culata de su carabina lo desmaya llevándolo de un solo golpe a la obscuridad de la inconsciencia.
La cabeza le dolía terriblemente, al incorporarse ve que sus heridas estaban vendadas. La entrada de la tienda se mueve por la brisa. Se alcanzaba ver unas palmeras, caballos atados a su sombra, el ruido de gente hablando y el griterío de niños jugando.
Una camisa colgaba de un caballete, un pantalón de su talle al borde de la camilla en la que estaba acostado.
Luego de vestirse decide averiguar en donde está, al salir de la tienda, el sol lo encandila un poco. Un repentino mareo lo obliga a buscar la sombra fresca de una palmera.
Mientras retomaban lo colores a su cara, observa atentamente a su alrededor, era un oasis, con todo lo que ello significa. Un parador, donde la gente vive, hace trueques y en donde las enemistades se dejan de lado, como dice la ley del desierto.
Un hombre se acerca a el, lo reconoce como el jefe de la banda contra la cual pelearon. La tensión en rostro aumenta, hasta que el hombre con un cuenco lleno agua se lo ofrece diciéndole bienvenido.

SUSURRO...11º CAPITULO



Mientras le daba de comer el pasto que había comprado, Dago olfateaba las patas de Lea. Nuevo integrante de la familia, ahora de tres. Luego de dar su visto bueno con un ladrido, partió hacia su lugar favorito en la entrada de la cabaña, donde el sol matutino calentaba su pelaje.
Cepillando a Lea, se dio cuenta que no se acordó de comprar una montura. Tendría que improvisar con algunas mantas dobladas. Ella se dejaba asear y cada tanto intentaba refregar su hocico en el brazo de Elizabeth.
El paseo sirvió para ordenar sus pensamientos, tantas cosas sucedieron en tan poco tiempo, que aún se sentía confusa.
Lea llevaba un paso tranquilo, mesurado, en un cañaveral decide parar la marcha y tomar un poco de agua, cuando observa un movimiento entre las cañas.
La mujer toma su revolver creyendo que sería algún animal salvaje. Petrificada queda al divisar mas adelante, solo a unos metros de ella una mujer. Sentada en un círculo de piedras pequeñas en la tierra, con los ojos cerrados y una sonrisa.
Te esperaba, fue lo único que dijo la mujer que vestía una túnica blanca mientras la miraba fijamente a Elizabeth.
Todo tiene un comienzo y un fin, la vida es un círculo, en donde todos tenemos un destino.
Solo queda esperar si cada uno cumplirá en esta vida su cometido.
Tu vida cambiara solo si sigues el llamado del corazón, que es la única voz que debes escuchar.
Te he observado desde hace mucho tiempo. El silencio del bosque es tu cuna y nosotros te ofrecemos mucho, tanto que sin ti no podríamos continuar.
Esta en ti aceptar la responsabilidad, te di un cuidador fiel, que nunca te dejará y que siempre velará por tu bienestar en toda situación.
Y el transporte necesario, que te llevará a lugares imposible de acceder para otras personas.
Estos regalos son de tiempos inmemorables y esperaban por ti. Cuando estés lista, nos volveremos a ver.
La mudez de la muchacha se vio interrumpida por el relincho de Lea que acercándose a ella buscaba refregarse con cariño en ella, como sabiendo que debían partir.
Iba a preguntarle a la mujer quien era, pero esta ya no estaba, como si todo hubiera sido un sueño. Había desaparecido.
Al volver por el bosque, un susurro resuena entre los árboles, un ciprés misterioso, dominando el claro cerca de la cabaña, mece sus pocas ramas. Llamándola.
Apura el paso de la yegua, el susurro es mas intenso, todo el bosque resuena con un nombre. Elizabeth.

BUSQUEDA...12º CAPITULO



El ruido del río tumultuoso no dejaba oír nada más. La llovizna creada por el azote del agua al caer desde la cascada a varios metros de altura, mojaba todo a su alrededor.
La camisa empapada y fría refrescaba la piel acalorada por la caminata.
Lea había quedado atrás, atada a un árbol que le diera sombra, mientras ella investigaba la rivera.
El báculo que debía buscar no tendría que estar mucho más lejos de donde buscaba, le serviría para apoyarse al caminar.
Al entender lo que le había escuchado en el bosque, supo que su destino estaba lejos, pero muy cerca al mismo tiempo.
Mirando la cortina de agua que caía desde lo alto, pensó si realmente era todo verdad o estaba totalmente loca.
Encontrar lo que fue a buscar sería la última prueba que necesitaba. Para luego ordenar su vida y dejar todo preparado para Marina.
Su embarazo llevaba ya seis meses y debía buscar un lugar mejor para su hija, porque tenía la certeza que sería una nena.
Las rocas resbaladizas pusieron nerviosa a la mujer, paso a paso se iba adentrando en la caverna que había debajo de la cascada. Apenas una luz ingresaba en la misma. Al acostumbrarse a la obscuridad y confirmar la ausencia de animales salvajes. Busca una piedra blanca, donde se encontraría el bastón.
Una antorcha colgaba de la pared de piedra, apagada ya hace mucho tiempo. Al encenderla, un chisporroteo alegre indica que aun tenía combustible para un buen rato.
Iluminando toda la estancia, se puede ver un banco, varios libros enmohecidos. En un rincón, se veía la piedra blanca y una vara de madera apoyada en ella.
Al tomarla, un estremecimiento recorre todo su cuerpo. A lo largo de la madera unos símbolos extraños marcados a fuego llamaron su atención.
Un libro que estaba al costado de la roca, tenía en su tapa dorada, los mismos símbolos. Decide llevarlo con ella, para verlo con más tranquilidad en su cabaña.
Sabía lo que debía buscar, pero no le dijeron nada del libro. Ante la intriga su pensamiento vuela. Pero no logra atar los cabos de todo lo que le fue dicho. Su destino era lo que le preocupaba, quedaban pocos años para preparase. Y aún quedaba mucho por hacer. Luego de salir de la caverna obscura y húmeda mira hacia atrás. Creyó ver un movimiento, como una gasa blanca flotando en el aire. Observó un momento para ver si había sido una alucinación por el cansancio. Pensó que solo fue la llovizna que creaba la cascada al caer.
Una mujer observaba atentamente la partida de Elizabeth y una sonrisa de satisfacción se veía en su rostro. Borró unos símbolos que en la pared de la cueva pasó inadvertida por Elizabeth. Hecho esto se sentó en una roca y se puso a cantar.
El regreso es rápido. Quería ver más detenidamente el contenido del libro.
Al llegar, desmonta despacio, mirando atentamente a su alrededor. Algo colgaba de la puerta. El revólver listo en su mano derecha y el bastón en la otra.
Lo llama a Dago que no pareciera estar cerca de la cabaña.
Un atrapa sueños era el objeto que de lejos había avistado moviéndose con el viento en la puerta.
Un ruido detrás de ella la pone en alerta apuntando en esa dirección. El perro viene caminando hacia ella, un collar de cuero con púas reluce en su cuello. Y una mirada distinta. Ya no se lo ve juguetón. No era un cachorro. Era Dago.

PRINCIPIO...13º CAPITULO



Dago solo se quedo observándola, sin moverse. Mientras ella descolgaba el atrapa sueños de la puerta.
Se preguntaba quien o que lo dejó allí y cual era el motivo. Su miraba iba del perro al bosque sin comprender que era lo que estaba sucediendo. Pero no tenía miedo, solo desconcierto. Al entrar en la cabaña, no encuentra nada fuera de lugar, nadie había entrado o por lo menos no había rastros de eso.
Al sentarse en la cama, toda su confusión mental, le golpeo de lleno con una fuerza tal que se sintió mareada. Observando el libro que dejó sobre la mesa y el bastón apoyado en una silla, se dio cuenta por fin que todo lo que pasaba no era un sueño o el resultado de su soledad ni la tristeza.
Se le había revelado un gran secreto y se negaba a reconocerse como sucesora de tal tarea. Tenía tanto para hacer, para ver y vivir, su hija que crecía dentro suyo, porque ella sabía que era una nena. Tenía la firme convicción que lo sería y se llamaría Marina. Luego de pensar mucho tiempo, llegó a la conclusión que era inevitable su destino y no podía cambiarlo. Solo restaba criar a su hija el tiempo que le fuera dado, hasta que el llamado llegara nuevamente a ella. Tomó el libro con sus letras inteligibles y leyó, sorprendida de poder hacerlo, anteriormente no pudo entender lo que decía.
Al aceptar su destino, le fue dada la última herramienta que necesitaba, conocimiento.
Comenzó a leer hoja tras hoja, sin pausas, varias horas, cuando terminó el nuevo día entraba por la ventana de la cabaña.
El perro dormía profundamente en la entrada, cuidando a su dueña, soñando con árboles que lo protegían de la lluvia.
Elizabeth abre la puerta sin hacer ruido, para no despertarlo y se dirige despacio por el sendero.
Su rostro marcado por el cansancio y la lectura, dejaba ver algo más. No era miedo ni tristeza. Ahora sabía todo.
El sendero bajo sus pies casi ni se sentía, a lo lejos se veía la luz de la Luna que caía brillante sobre el ciprés. Al llegar ante el hace una reverencia, comienza a danzar alrededor a su alrededor. Sus brazos se mueven suavemente creando figuras en el aire. De la nada aparecen mariposas que se posan sobre sus dedos sin que por eso ella dejara de bailar.
En respuesta las ramas del árbol comienzan a moverse acompañando la danza. Suben y bajan cada vez que Elizabeth pasa cerca de el.
De pronto sale de su trance y mira a su alrededor recordando en donde estaba. Escribe con el dedo unos símbolos en su tronco a lo cual el ciprés deja de moverse, una reverencia de despedida y parte a su cabaña.

ALANA...14º CAPITULO



Cuando tuvo a su beba en brazos, toda la emoción contenida en los últimos meses golpeó a esa mujer dura y el llanto fue incontenible.
Luego de un parto tranquilo con mucha ansiedad por parte de ella, se encontraba dormitando junto a Marina que lucía sonrosada. Su sueño apacible era como un somnífero que contagiaba al verla, tan tranquila, con una mirada madura a pesar de ser recién nacida.
De mañana Elizabeth juntó su ropa en un bolso, agradeció y saludo a todos en el hospital y partió junto a su bebé.
La proximidad de la cabaña le produjo mucha alegría, la soledad que sentía en ella se esfumó, ahora serían dos las almas que vivirían en ese lugar paradisíaco. Cuand llegaron a la cabaña las recibió Dago, que dejó de lado su adultez y se comportó como el cachorro que era saltando y ladrando durante el trayecto que les llevó bajarse del auto hasta entrar a la cabaña.
Luego de olfatear la cuna y al pequeño bulto que era Marina en los brazos de su madre, se acostó en un rincón de la habitación observándolas atentamente.
El llanto indicaba que era hora de comer y procedió a satisfacer rápidamente su demanda. La cabaña debidamente acondicionada para la llegada de la niña estaba llena de móviles y juguetes, un andador al lado de la cuna de madera que ella misma construyó tenia grabada unas letras, Marina.
Al anochecer el perro se acercó hasta la puerta indicando que era el momento de su paseo nocturno que lo realizaba solo, desde hacía varios meses, una mirada hacia la cuna y se perdió en la obscuridad de la noche. Solo un ladrido profundo se escuchó, que resonó en todo el bosque.
El suspiro de Elizabeth tenia una connotación de cansancio. Aprovechó el momento de paz que tenía luego de los quehaceres de cocina y limpieza. Se sentó a leer el libro que dejó una semana atrás. Al retomar la lectura pensó todo lo que tenía que hacer y el viaje que iba a realizar en unos meses. Viejos recuerdos vinieron a su mente, una playa, un faro y él.
Su mirada vuela hasta la puerta en el mismo instante que alguien la golpea.
Imaginando quien es, se levanta y sin miedo le abre. La figura de la mujer en la entrada no era otra que la misma que se encontró en el bosque.
Al entrar en la cabaña, parecía iluminar toda la estancia con su presencia, su vestido blanco flotaba en el aire dejando entrever un cuerpo delgado, etéreo. Detrás de ella venía Dago, una mirada de ella le indicó al cachorro que era momento de ir a su rincón.
Una sonrisa de ella tranquilizó a Elizabeth al ver que la mujer se dirigía hacia la cuna, en donde se encontraba Marina entretenida mirando el atrapa sueños que colgaba arriba de su cabeza.
Mi nombre es Alana le dice a Elizabeth y abriendo su túnica saca un collar con un medallón que tenía la forma de una serpiente mordiéndose la cola. Mientras colocaba el collar en el cuello de la beba, recitaba una lengua extraña, que Elizabeth comprendió perfectamente, era la lengua en la que estaba escrito el libro.
Este collar es tuyo por derecho, el emblema del medallón te brindará protección y te guiará en los momentos que sean necesarios. Esto es lo que significaban esas palabras.
Una sonrisa de satisfacción tenía la mujer, una mirada llamando a Dago y los dos partieron hacia el sendero. Elizabeth desde la puerta los miró perderse en la noche. Una sola imagen tenía en mente. El faro.
Marina jugaba con su medallón recién adquirido, una sonrisa le regaló a su madre cuando esta se acerco a la cuna. La alzó en brazos y se acerca a la ventana de la cabaña. La noche adquiría nuevas visiones, una espesa bruma se extendía por todas partes. Al mirar hacia el sendero vio la figura impasible y atenta de un perro negro que sentado las observaba atentamente.
Tomó el libro y busco entre sus hojas. Al encontrar lo que buscaba abre la puerta y mirando al can dice unas palabras en un idioma desconocido pero muy claro para ella. En el preciso instante que termina de recitar las palabras, el perro se acerca hasta ella y Marina.
Se acuesta en la entrada de la puerta y mueve la cola en una clara demostración de alegría. Elizabeth le acaricia el lomo a lo que el perro responde con un ladrido. Haciéndose a un lado lo deja pasar mientras piensa que sería un buen reemplazo para cuidarlas a las dos mientras Dago vaga por el bosque con Alana.
Marina estira sus bracitos hacia el perro negro, este mira a Elizabeth como pidiendo permiso con la mirada.
Y así pasan un buen rato de la noche jugando los tres, hasta que decide que es tiempo de hacer guardia en la entrada de la cabaña.
Unas horas después Elizabeth lo observa desde la ventana, no comió lo que le ofreció, solo esta ahí, sentado, mirando el bosque.

CRECIENDO...15º CAPITULO

El tiempo iba pasando lentamente en la cabaña, los días se sucedían en completa tranquilidad. Las salidas se fueron espaciando, el cansancio era cada vez mayor. Dedicaba mucho tiempo a escribir en su cuaderno todo lo que recordaba e iba pasando en su vida.
Dago no la dejaba ni a sol ni a sombra, fiel compañero la seguía a todos lados. Y constantemente apoyaba su hocico en la panza de Elizabeth que iba creciendo.
Con una sonrisa siempre lo llamaba cuando estaba cansada y mientras se recostaba en un sillón el perro se acostaba a sus pies como esperando una caricia, que siempre era dada.
Pensaba mucho en la mujer y su encuentro en el bosque. Quien era y de donde venía. Pero creía que todo sería comprendido en su momento.
La búsqueda de Moreno había sido inútil. Varias veces había intentado encontrar información sobre el. Pero siempre recibía la misma información. Ese dato es clasificado.
Ni siquiera intentando sobornar a los funcionarios conseguía siquiera le digan en que país estaba. Volvía con más tristeza aún. Los viajes al cuartel le dejaban una soledad que nunca había sentido. Sobre todo las miradas que sentía sobre su redondeada panza le indicaban que ni ellos sabían lo que sucedía con el paradero de el.
Numerosas cartas que enviaba volvían a ella sin haber sido leídas.
Varias veces estuvo a punto de subir a un barco y partir. Pero al llegar al muelle con un bolso y su perro. Volvía mas desesperanzada, no sabía donde comenzar la búsqueda de su amor.
Sospechaba que la ausencia de noticias implicaba su muerte.
Pensando todo esto ella se encontraba en medio del bosque, alejada de todo. Aislada. Sola.
Solo Dago era su única compañía. Tal vez tenía que ser así.
Retomando el libro que había dejado, se encontró que todo lo que iba a suceder excedía de su capacidad de adecuarse a distintas extremas, esto iba mucho más allá.
Tenia que tomar una decisión pronto antes que el tiempo se esfumara y fuera imposible volver atrás. La lectura se hacía cada vez más atrayente. Todo lo revelado le parecía una locura, pero seguía leyendo empapándose en las letras. Debía recitar frases haciendo signos en la puerta. Lo más curioso de esto es que al realizarlo una sola vez ya se acordaba de memoria lo que tenía decir y los signos que debía trazar.
Su mirada se torno obscura al leer lo siguiente, pero igualmente trazó los signos en la puerta y recitó lo que debía decirse.
Soy lo que el bosque guarda como un tesoro, lo que en secreto los árboles, se lo dicen a los caminantes perdidos. Un susurro, eso soy, eso fui, eso seré.

SELIM...16º CAPITULO



La garganta irritada por la sed fue calmada al beber el agua que le ofreció el hombbre. Mientras bebía, el beduino delante de el que lo miraba atentamente asentía en silencio. Contento que aceptara el agua luego de beber el primero, demostrando la hermandad del desierto al compartir en el oasis todo lo que tenían y hacerlo sentir seguro de que no lo iban a envenenar.
Mi nombre es Selim y este es mi pueblo. Vivimos a orillas de este oasis hace muchos siglos. Tu vida ha sido perdonada por tu bravura, un valiente no debe ser exterminado de esa forma, hay muchas batallas por pelear aún.
Quisiera que veas como vivimos aquí, somos una gran familia, casi diezmada por las guerras con otras tribus y por tus guerreros.
Serás tratado como uno de nosotros sin dejar de ser un esclavo y con el tiempo tu mismo decidirás si eres libre o no.
A todo esto Moreno meditaba sus próximas palabras. A pesar de la sonrisa de Selim, no podía dejar de sospechar que la venida a las tiendas y al oasis tenía otro motivo.
Al caminar entre las tiendas las mujeres al verlo escondían su rostro y los niños lo miraban abiertamente con curiosidad. Los hombres con sus fusiles al hombro le hacían un saludo de respeto al cual el correspondía tocándose los labios y la frente.
La fuerza del destino lo llevo a ese lugar aunque esperaba que fuera otro, rodeado de agua y bosques.
Selim le invitó a entrar a una tienda, la entrada era pequeña y tuvo que agacharse para ingresar en ella. La obscuridad reinante lo desoriento un momento. Al acostumbrarse a la penumbra pudo divisar un pequeño fuego en el centro, un humo delgado y con olor a especias se elevaba hacia un agujero en el techo.
El hombre sentado cerca de la fogata con las piernas cruzadas delante de el, fumaba una pipa larga dándole pequeñas pitadas.
Moreno escucho las palabras que Selim dijo quedamente casi inaudible al jefe beduino.
Es el.
Meciéndose la barba larga invita a Moreno a tomar un lugar enfrente de el. Le ofrece su pipa, tomándola automáticamente ya que el no fumaba. Pero no quería generar un resquemor por no aceptar el ofrecimiento, más aún viendo el enorme alfanje que el viejo tenía reposando sobre un costado cerca de su mano.
Luego de aspirar varias veces el humo denso y picante le devuelve la pipa a su dueño con una sonrisa.
Selim es un gran guerrero y hace muchos años es el jefe de nuestros hombres y sabe reconocer a otro guerrero cuando se presenta. Muchos han muerto por su sable, pero otros fueron dejados libres como nuestra muestra de que somos una tribu pacífica.
Moreno hace una mueca al escuchar esto, recordando a sus compañeros muertos. El ademán del sheik indica que no es momento para hablar y siguen fumando un rato largo.
Sus pensamientos eran confusos y distantes, preguntándose que es lo que querían de el. Meditaba sobre como escapar de las tiendas y no morir bajo la espada de algún hombre.
Como leyendo sus pensamientos el viejo le dice que muchos hombres murieron bajo el desierto interminable, hombres de la arena acostumbrados a sufrir la falta de comida y de agua.
Aquí encontraras solo familias y guerreros descansando de las luchas con tu pueblo. Pero ellos saben que su guerra es para proteger el oasis.
Moreno pensaba porque había ido a ese lugar remoto alejado de todo y de ella. Ya perdió la cuenta de cuando había tiempo había partido porque en el desierto no existen los días ni los años. Solo el sol abrasador que lo llenaba todo.
Una mujer entra en la tienda con un cuenco con agua y muchos trapos. Es hora de cambiar tu vendaje, en otro momento continuaremos con la conversación.
Dicho esto el sheik se levanta y sale de la tienda, dejando la espada a su alcance. Unos segundos pensó si este era el momento del escape, cuando la mujer toma el alfanje y lo cuelga en el fondo de la tienda.
Sin mirarlo a los ojos la mujer comienza a retirar las vendas que cubren infinidad de tajos y cicatrices mal curadas.
Mi nombre es Salima y quiero escapar de aquí fue lo único que dijo mirándolo a los ojos.

EL ENCUENTRO...17º CAPITULO

Luego de caminar largo rato por el sendero se detienen las dos mujeres ante un imponente ciprés. Se sientan sobre sus raíces para retomar el aliento y beber agua de las cantimploras.
Las ramas comienzan a mecerse suavemente y un canturreo llegó a sus oídos.
La mirada de Elizabeth calma el nerviosismo de Marina y un gesto de silencio de ella hace que las preguntas que iban a salir mueran en sus labios.
Una somnolencia se instala entre ellas. Pesadamente las imágenes se suceden delante de sus ojos. Marina se recuesta contra el tronco y se duerme profundamente. El sueño la lleva a momentos cuando era niña jugando con su perro, extrañaba esos momentos tan lindos y puros que vivió años atrás.
Donde correteando por entre unos pinos recordaba haber visto a una mujer vestida con una túnica blanca que bailaba en un claro mientras los rayos del sol jugueteaban en su rostro. Tibias hojas de otoño caían sobre su cuerpo abrazándola, cubriéndola, acunándola en un solo movimiento. Sus dedos acariciaban tiernamente los pájaros que se acercaban hasta ellas, trinando y aleteando. En un canto nunca antes oído, iban y venían siguiendo a la mujer embelezada con su baile.
De repente la música que creía escuchar se desvaneció. Despertándose de su sueño, se encontró sola al pie del árbol. Su madre ya no estaba con ella.
Un aullido fuerte y aterrador resonó muy cerca. Al presentir sus pasos enfrente, comenzó a retroceder, tratando de alejarse de quien la observaba desde unos metros de distancia paralizando su mente por el miedo. Era un enorme perro negro. Olisqueando el aire, lanzando pequeños gruñidos, se encontraba entre unos manchones de nieve derretidos por el inicio de la primavera.
Su mirada se hizo más penetrante y sus pasos hacia Marina más atrevidos. Presa del pánico no podía gritar ni defenderse. Solo atinó a tocar su medallón, el amuleto de la buena suerte que pende de su cuello y que nunca se ha quitado.
El perro de pronto mira hacia el otro lado del claro dejando ver su collar de cuero, que le ha puesto su dueño.
Un ruido y un jadeo lo ponen en alerta erizando su piel.
De un salto el animal entró en el claro del bosque. Marina dio un suspiro de alivio. Al ver que el recién llegado hacía frente al perro negro.
Los perros se gruñían y ladraban dando vueltas por todo el lugar. Pero sin trenzarse en mordidas. Cada uno defendía su porción de terreno ganado, ninguno de los dos quería retroceder.
Mientras tanto Marina observaba atentamente la trifulca. Algo conocido veia en aquel perro de color dorado que evidentemente la defendía ya que no dejaba que el perro negro ganara terreno hacia ella.
El porte de aquel era familiar, el ladrido le tintineaba en los oídos como algo lejano en sus recuerdos.
Como el can la defendía siempre estaba de espaldas a ella y no podía verlo bien, se hace a un costado para tener mejor visión y pudo ver de frente a su defensor.
Parpadeando varias veces como para borrarse esa imagen que era imposible de creer para su mente, algo irreal. Ella lo había visto morir en sus brazos cuando tenía 10 años y ahora estaba ahí defendiéndola.
Un nombre salió de su boca asombrada. Dago.

ELIZABETH Y MARINA...18º CAPITULO



La mujer paró la pelea de los perros con una sola palabra que Marina no pudo comprender. Los dos perros fueron a su encuentro y se sentaron a sus pies mirándola.
No sabía que pensar ni que decir, el regreso de Dago la había dejado atontada, con la boca seca por el miedo.
La mujer se acerca hasta ella, asintiendo con la cabeza, como si estuviera satisfecha.
Soy Alana y no tienes que tener miedo de mí. Tu madre es una gran mujer y dentro de poco tiempo deberá partir en un viaje para la cual fue destinada.
El camino que ella debe recorrer servirá para que encuentre su propio destino y el tuyo. Lo que tú hagas de aquí en adelante será una búsqueda, de lo que fue y de lo que será. Un gran encuentro te espera en años venideros, solo lo podrás realizar si tu corazón es puro como el agua cristalina de estos lagos que nos rodean y fuerte como los pinos que te dan sombra.
A todo esto Marina miraba embelezada a la mujer recordándola de un baile que ella había creído era un sueño.
Internándose en el bosque la mujer y los dos perros, Dago se vuelve y da una mirada larga y profunda hacia Marina antes de perderse entre los árboles.
Las lágrimas que cubrían sus ojos le impedían ver el camino, con mucho miedo volvía a la cabaña en donde su madre había vivido muchos años, interrumpidos por viajes que realizaban a las escuelas en donde Marina había sido internada y en donde fué una excelente alumna, pero siempre extrañando el bosque y los cuentos de hadas que su madre le contaba en las noches cuando no podía dormir.
Al llegar ve a su madre leyendo un libro que nunca antes había visto, pero en su tapa tenía un símbolo que ella conocía muy bien. Una serpiente mordiéndose la cola, sabía que significaba, se lo preguntó a su madre cuando tenía 10 años, el infinito contestó ella.
Al verla llegar cubierta de lágrimas, Elizabeth cerró su libro y sin decir palabra la consoló.
En pocos días me iré al bosque y nunca más regresaré. Muchos años te cuidé y te enseñé lo mejor que pude dar de mí, el conocimiento del amor y la riqueza espiritual. Solo te pido una cosa y es que vuelvas al viejo faro, ese que tanto me gustaba y en donde encontré la felicidad. Quizá ahí encuentres algún día tu camino, como lo hice yo.
Marina se encontraba en una situación difícil, quería preguntar cual era el motivo de su partida y que le sucedería al irse al bosque, pero solo podía abrazarla fuertemente temblando por la emoción. No le preguntó nada, sentía que lo que debía ser, sería. Y todo lo que pudiera decir o hacer sería inútil. Su madre tendría sus motivos para irse y ella no era quién para detenerla en su cometido, sabía que la cuidaría en donde ella estuviera y la acompañaría toda su vida.
Una llovizna suave y tímida comenzó a caer sobre ellas uniéndolas aún más en su abrazo.

LOBOS...19º CAPITULO



Caminando por un sendero cercano a la cabaña iba Marina canturreando con sus diez años recién cumplidos. Le permitían vagar por el bosque siempre y cuando no se alejara mucho, como la acompañaba Dago, Elizabeth siempre la dejaba ir confiada que el perro aunque entrado en años la cuidaría muy bien.
Siguiéndola como una sombra solamente paraba para olisquear el aire en busca de amenazas salvajes.
La niña se entretuvo cortando unas flores silvestres y unas piñas de pino para adornar el árbol de navidad que la madre había puesto en un rincón de la cabaña. Haciendo todo esto estaba ella ensimismada en su colección de flores que pensaba regalarle a su madre que tanto quería y que con el paso de los años habían creado una fuerte relación entre las dos.
Un gruñido hizo que se diera vuelta a mirar a Dago, este estaba mirando hacia unos pinos con el pelo erizado y mostrando sus colmillos.
Un lobo miraba a Marina atentamente como decidiendo la distancia para saltar y atacarla. De a poco fueron apareciendo más lobos entre los pinos cercanos a ellos. La niña dejó caer todo lo que acarreaba en su bolsita que tenia para juntar cosas interesantes como decía ella.
Un grito agudo y largo salió de su boca, esa fue la señal que esperaban los lobos, el miedo. Al mismo tiempo atacaron todos juntos, los cuatro. Dago se interpuso entre Marina y el primer lobo haciéndole frente. Los lobos lo atacaban sabiendo que al no contar más con su defensor, ella sería presa fácil.
Uno a uno los atacaba y retrocedía, ellos daban vueltas a su alrededor para poder atacarlo por detrás, pero siempre que bordeaban su flanco volvían a encontrar las fauces del can y una mordida segura. En un momento en que ninguno se decidía acercarse, Dago lanza un aullido, una llamada de auxilio. En el mismo instante que termina de aullar, un perro negro entra en la escena atacando a los que estaban más cerca de Marina. Ahora la pelea era mas pareja, el recién llegado se hizo cargo de dos lobos, hiriendo a uno en una pata delantera, se escuchó en chasquido y el lamento del perro por la pata fracturada, al mismo tiempo de caer al suelo fue ultimado con un certero mordisco al cuello, cortando alguna arteria, ya que la sangre brillante brotaba a borbotones. La pequeña no podía dejar de mirar asombrada por la sangre con la boca abierta por el terror. Mientras tanto Dago daba cuenta de un lobo al quedar este patas arriba con el labrador encima. Fue el momento que esperaba el lobo más viejo y experimentado de la jauría. Saltó sobre el perro mordiéndolo varias veces. Pero Dago no soltaba el pescuezo del lobo debajo de el, sabiendo que si lo dejaba, iría en pos de la niña y sería su fin. Herido y moribundo por las profundas heridas causadas, lentamente dejo de morder y cayó a un costado.
Al ver la paliza que recibieron sus compañeros el resto decide marcharse por donde vinieron, dejando en el bosque una escena de sangre y destrucción.
El perro negro se acostó al lado de Dago y comenzó a lamer sus heridas mientras este gemía dolorido.
Marina se acerca a los dos perros que salvaron su vida y en ese instante llega Elizabeth con un revolver amartillado apuntando hacia los árboles. Al ver que todo había terminado enfunda en su cartuchera el Colt que Moreno le había regalado, para un momento que lo necesites le dijo el.
Unas palabras de agradecimiento al perro negro salieron de sus labios ensangrentados. En su carrera por el sendero se había lastimado por la tensión, sabiendo que algo malo sucedía al escuchar el aullido de Dago desde la cabaña.
El enorme perro negro da una mirada a Dago que estaba recostado en los brazos de Marina y partió rengueando, a la profundidad de los árboles.
Las dos lloraban desconsoladamente, temblaban de emoción, no por la pelea vivida y que Elizabeth sospechaba al ver dos lobos muertos. Si no por su querido perro que tanto las acompañó y aprendieron a amar profundamente todos estos años.
Los ojos del moribundo iban de Elizabeth a Marina, las imágenes pasaban por su mente una y otra vez, un puerto, una tienda de mascotas, galletas marineras y los brazos tiernos y cariñosos de su dueña. Ese fue su último pensamiento, una mirada a Marina y un temblor que recorrió todo su cuerpo. Y así Dago partió a otro mundo en donde soñaría por siempre con lagos, bosques y dos mujeres.

TUMBA...20º CAPITULO

Marina se encontraba sentada en una roca. Los acontecimientos de la tarde la habían dejado muy triste y desolada. La muerte de Dago fue un golpe muy grande del cual no creía poder recuperarse. En ese momento le pidió a su hija que fuera a la cabaña porque necesitaba enterrar a su perro y no quería que la niña viera en donde lo hacía. Elizabeth tenía en la mano una pala y en la otra el libro con la serpiente en la tapa. Luego de buscar lo que necesitaba comienza a leer. Al terminar comienza a cavar un pozo cerca del ciprés. El árbol se encontraba con sus ramas casi tocando el suelo como si se hubiera triste. Al terminar de cavar la mujer toma con mucho cuidado al perro y lo pone en el fondo de la fosa. Al echarle tierra comienza llorar, recuerda todos los viajes que había hecho con Dago y todos los momentos de soledad que los compartió con él. El destino le deparaba otra cosa y esto era una de los afectos que debía dejar en el camino.
Alana era una mujer sabia y poderosa. Elizabeth creía que su vida tenía un propósito del cual la mujer del vestido de gasa le estaba mostrando. Pero ahora debería dejar a Marina aún más sola todavía al quedarse sin su fiel compañero y eso le dolía tanto como la ausencia que iba a sufrir cuando ella se fuera. Pensando que dentro de 10 años debería irse al bosque para no regresar nunca más.
Sólo un recuerdo en su mente quedaba en el misterio y ese era Moreno del cual nunca pudo averiguar a dónde fue ni qué fue lo que le pasó. Pero tenía la esperanza que su hija en algún momento lo encontrara y así poder cerrar definitivamente el círculo.

LA PARTIDA...21º CAPITULO

La soledad era tan grande en la cabaña que sus pensamientos resonaban en toda la estancia. La ida de su madre le había dejado con un resentimiento que le duraba aún luego de haber pasado varios días.
Sabía que eso también debía irse, pero el sólo pensar que tendría que cerrar la cabaña y qué pasaría años antes que sintiera las fuerzas necesarias para volver, la dejaba desolada. La presencia de Elizabeth se podía sentir todavía, su perfume flotaba en el aire. Toda su ropa y las cosas que fue juntando en sus innumerables viajes estaban ahí, como si en el viaje que emprendió no las necesitaría.
Unos días atrás al despertarse Marina luego de una larga charla nocturna con su madre, se dio cuenta que estaba sola. En la puerta del lado dentro estaba colgando atrapasueños, que veló por muchas noches sobre su cuna.
Un desayuno desabrido y en completo ensimismamiento se encontraba la joven aquella mañana. Ordenó sus cosas, empaquetó y guardó todo lo que le pertenecía. Las cosas a su madre las dejó tal cual estaban, esperando que en algún momento volviera por sus pertenencias. Sabía que esto sería imposible pero no perdería las esperanzas de volverla a ver. Antes de irse decidió realizar un último paseo por el bosque y los senderos.
Caminando sola con sus pensamientos se encontró de pronto en un claro, muy conocido por ella. Parte de sus recuerdos la golpearon de golpe y con toda la intensidad como cuando sucedieron. Al recordar esto, se acercó hasta el viejo ciprés, hizo una leve reverencia como le fue enseñado. Se acerca hasta el tronco lleno de marca y cicatrices. Pensó un momento que debería hacer con su vida. Cavilando su futuro abrazó al árbol unos minutos que parecieron eternos. Luego lo soltó lentamente y comenzó el regreso, antes de salir del claro se dió vuelta, miró largamente al árbol, sus ramas, raíces, grabándose en la mente todo lo que veía y una sola palabra le dijo.
Adiós.

FURIA...22º CAPITULO



Salima se encontraba desmayada en el suelo con un profundo corte a lo largo de su cabeza donde la sangre brotaba y empapaba todo su brazo. Moreno intentaba defenderse de su agresor, el alfanje de su enemigo cortaba el aire alrededor de él. Continuamente intentaba parar cada estocada lanzada por el hombre, cansado y sin fuerzas para continuar la lucha cae de rodillas. La sombra del hombre cayó sobre él, la espada levantada era lo último que iba a ver en vida. Un disparo que resuena en las dunas y el ruido metálico al caer el sable sobre la arena. Selim venía en su ayuda, un grupo de veinte guerreros venía con él.
A lo lejos se podía observar el destrozo que había donde antes era una aldea tranquila. El humo de las tiendas indicaba que el fuego había consumido todo lo que quedaba. Cinco hombres se quedaron con moreno y ayudaron a trasladar a la mujer al oasis. Mientras el resto salió en persecución de la tribu enemiga que aprovechando la salida de los guerreros durante varios días, los atacaron sin importarles que sólo eran mujeres, viejos y niños.
La visión que tuvo Moreno al llegar a los restos de las tiendas fue demasiado para él, el odio y el coraje se adueñaron de él. Tomó un caballo, sus armas y partió en pos de los guerreros buscando venganza. Tal era la furia que tenía que cabalgaba cegado por el odio. El caballo por instinto corría en la misma dirección que los otros. Diez minutos después llega al lugar de la batalla. Dando un grito se abalanza en medio del grupo, con un alfanje en la mano comienza a dar tajos a diestra y siniestra. Queda bañado en sangre casi de inmediato, espalda con espalda se vieron él y Selim, entre los dos mataron a más de diez enemigos. El resto de sus compañeros daban cuenta del resto. Quince bravos buscando venganza contra más de cincuenta guerreros. Al final de la tarde sólo quedaban cinco enemigos que protegían a su jefe. Tal había sido la furia, la ira de Moreno que sólo él había matado a 15 hombres. Uno a uno fueron cayendo sus guardaespaldas, quedando el jefe desarmado y desprotegido. Selim decide perdonarle la vida para que cuente a otras tribus que ellos no permitirían que nadie tomara el oasis por la fuerza.
Moreno limpiaba la sangre seca de su cara mirando fijamente al jefe del grupo de asesinos que destruyó lo que él había comenzado a amar. Un jinete llega hasta ellos, desmonta rápidamente y corriendo hasta Selim se arrodilla ante el y con lágrimas en los ojos le comunica que el Sheik había muerto.
Un silencio denso y tajante se instaló en ellos, todas las miradas fueron hacia el único enemigo que quedaba en pie, solo, todos sus guerreros regaban su sangre en la arena. Moreno toma su alfanje, se quita el turbante y se seca el sudor mientras camina lentamente hasta el hombre que mirándolo fijo a los ojos le dice, no me mates, este no es mi destino.
De un solo golpe cercena la cabeza del jefe, cayendo de costado su cuerpo en un charco de sangre. Todos los hombres miran a Moreno que tranquilamente limpia su espada y la guarda en su funda mientras les dice, es mi destino.

REVOLVER...23º CAPITULO



Lea caminaba a paso lento pero firme, muchos años pasaron ya desde que la encontró y siempre la llevó por los caminos imposibles de andar a pie por la distancia.
A cada paso que daba un pequeño relincho acompañaba al esfuerzo en la subida. La nieve dificultaba aún más el trayecto. Unas huellas al costado del sendero hicieron que Elizabeth apurara el andar de la yegua. Unos lobos habían pasado hace poco por ahí. Automáticamente se cercioró que su revolver estuviera cargado y listo en caso de tener que usarlo.
Cada vez mas nerviosa Lea, ya sin querer avanzar, delante de ellas estaban cuatro lobos cortándoles el camino, conociendo la inteligencia de ellos, mira atrás de ella y hacia los costados temiendo un ataque sorpresa. En el mismo instante de hacerlo, un lobo se acercaba sigilosamente por detrás, en un solo movimiento, saca su enorme revolver de la funda y efectúa un solo disparo dándole de lleno en al cabeza.
Esa distracción esperaba el resto. Al mismo tiempo atacaron los tres juntos. Elizabeth pensó que no debía errar ningún disparo, solo contaba con seis balas en el tambor del arma y le llevaba tiempo recargarla, sabiendo que sería su fin si perdía un segundo en hacerlo.
Lea les hizo frente para que su dueña no quedara expuesta al ataque. Un lobo salto al cuello de la yegua mientras se sacudía para quitárselo de encima, a todo esto el resto intentaban buscar el costado para saltar sobre la mujer.
El primero que se acerco demasiado hasta ella, recibió un disparo en su lomo, quedando tirado en el suelo retorciéndose de dolor, imposibilitado de levantarse, la bala incrustada en su columna marcaba su muerte.
Por el rabillo del ojo ve como el lobo que quedaba se arroja hacia ella, instintivamente se tiró de la montura hacia el otro lado, cayendo pesadamente al suelo. El revólver voló lejos de su mano a un par de metros de distancia amartillado, listo para usar.
El lobo pasó por debajo de la yegua que sangraba profusamente del cuello. Mostrando todos sus dientes, sediento de sangre, el lobo se acercaba más a Elizabeth. Retrocediendo, alejándose mas aún del arma, quedo su espalda contra un árbol, sin posibilidad de moverse.
En el mismo instante que presiente que el lobo salta sobre ella, rueda por el costado en busca de su revólver, en el mismo instante el lobo choca contra el árbol. Quedando perplejo por el escape de su presa, acostumbrado a que queden paralizados por el terror al verse acorralados.
El arma estaba ya en su mano, primero dispara sobre el que mordía a Lea que intentaba defenderse con sus patas delanteras, pero ya sin fuerzas, un charco de sangre tapizaba el suelo debajo de ella. Al darse vuelta, aun sentada sobre un colchón de agujas de pino, el lobo ya estaba en el aire sobre ella, solo atino a protegerse con el brazo, que fue el lugar en donde se clavaron los dientes del animal. Mientras forcejeaban el temblor de su mano derecha impedía apuntar bien a pesar que la cabeza de la bestia estaba a menos de un suspiro de su cara, sentía su aliento fétido, lo golpea en el hocico con la culata, al gruñir de dolor suelta un momento el brazo, es lo que esperaba ella, con las dos manos temblando de dolor y miedo, dispara, el fogonazo tan cerca de ella la deja un momento aturdida.
Muertos los lobos, puede observar sus heridas, aunque los cortes no eran profundos el dolor muscular era grande, ya que sacudió fuertemente su brazo intentando desprenderse de la mordida.
Su yegua se encontraba acostada en el suelo, relinchando de dolor, tan grandes eran sus heridas que veía en sus ojos el dolor. Al acariciarle el hocico ensangrentado se calma, pero los movimientos de sus patas por el dolor no cesaron. Sabiendo lo que debía hacer, comienza a llorar suavemente, un lamento casi sin lágrimas. Se abraza a ella recordando todo lo que disfrutaron juntas en cada salida que realizaban. Con un suspiro la acaricia por última vez y dispara dos veces. El eco de los disparos se esfuman en el bosque.