lunes, 21 de junio de 2010

CABAÑA...4º CAPITULO



Estoy en la cabaña de noche, miro el fuego del hogar, veo como se van quemando los troncos. Escucho el viento en los árboles, veo como bailan las sombras en la pared, y miro por la ventana la luz tenue de la luna.
Necesito ese silencio, como si todo fuera único y por primera vez, cuando la expectativa del encuentro se torna en ansiedad. Cuando solamente uno está con sus pensamientos, en donde ni los pensamientos están solos.
El crepitar leñoso del fuego, solo deja una marca de luz, en la penumbra de la cabaña. Como si presintiera mi necesidad de compañía, me ilumina suavemente, como si me estuviera meciendo hasta dormir.
Siento que alguien espía sobre mi hombro, miro hacia la ventana, sabiendo de antemano que solo veré el reflejo mismo del hogar, la mesa con un par de libros que mitigaron el atardecer acuoso y la humedad goteando hasta el piso, testigo mudo de una lluvia torrencial.
El libro me atrapa, pero las ganas de ir hacia la puerta es mas intenso que las ganas de leer, como si sintiera que lo que encontraré afuera es mas interesante que el libro.
Necesito oler el suave y picante olor a bosque húmedo, a las hojas podridas por la lluvia, que penetra por todos lados. Ese olor, tan claro y espeso, tan cerca y único.
La obscuridad de la noche, solo se ve opacada por el tímido iluminar de la luz de la Luna, como unos dedos mágicos, acarician todos los rincones del bosque, marcando con un brillo especial los ojos de una lechuza, que espera paciente a su presa.
Al observar los árboles atentamente, veo como van cobrando vida de a poco, las ramas se mecen suavemente por la brisa nocturna, un zorro colorado, mudo testigo de mi ensoñación, olfatea las raíces de los cipreses, en busca de olores que le indiquen si hay de cenar. Las cortezas de los árboles parecen una carretera, poblado de cientos de bichitos que buscan refugio más arriba, a salvo de las bocas ansiosas de ellos.
Dago, mi labrador dorado, levanta la cabeza mirándome, preguntándome con su mirada, si íbamos a hacer una recorrida nocturna por el bosque, algo tan fascinante que ninguno de los dos podíamos resistir.
Vamos le digo, y se levanta contento moviendo su cola en una clara señal de alegría. Caminamos en la semi obscuridad del sendero conocido, mi paso es lento pero preciso, solo nos acompaña la luz de la luna y una pequeña linterna, para eludir raíces y a su vez para no espantar los seres que poblaban en ese momento el camino, y que era de ellos, mas que nuestro.
Dago como siempre camina adelante, uno metros apenas, como escudriñando el terreno, listo para defenderme de algún ataque, por parte de algún animal misterioso y desconocido por el.
Su pelaje erizado, indicaba la emoción que la salida le producía, su agitación era tan evidente como nuestra necesidad de caminar entre los árboles, y sentir los seres mágicos que nos protegían a cada paso. Luego de un tiempo necesario como para ordenar los recuerdos del último viaje, llegamos a la orilla del lago, tan hermoso con el reflejo de la Luna y las montañas en su espejo cristalino.
Me siento quedamente sobre una roca, que ya era como un trono acostumbrado en nuestras caminatas. Dago se arroja sin pensar al agua creando un chapoteo de gotas brillantes, producto de la luz, que parecían pequeñas cuentas de vidrio.
Tanta belleza, tantos árboles y montañas, me recordaban tanto mi niñez, cerca del mar y del faro, tantas idas y venidas por el mundo, recorriendo caminos y conociendo culturas. Pero lo que más extraño, es el mar y el faro.
Despertando de mi somnolencia, me doy cuenta que Dago se había echado al lado mío, cansado de tanto nado, miraba soñadoramente las aguas que quedaron agitadas con tanto juego.
Volvamos a la cabaña le digo, el camino es largo, y tengo mucho que pensar.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.