lunes, 21 de junio de 2010

EL CIPRES...5º CAPITULO



Un susurro me despierta en la noche, al incorporarme, veo las sombras que bailan en la ventana de la habitación. Las ramas de los cipreses me llaman, como un mudo testigo, Dago, mi fiel compañero de andanzas, duerme plácidamente sobre la frazada dispuesta exclusivamente para el.
Los pies sufren el embate del suelo frío de la cabaña, el hogar a leña hacia varias horas que ya no tenía brazas y el frío era por demás evidente en la habitación.
Un Jean, el pulóver y una campera eran suficientes para combatir el fresco de la noche. Al salir a la obscuridad, solamente iluminada por una Luna tímida, vuelvo a escuchar el susurro lejano y misterioso. Como un llamado, con una cadencia en el sonido, como latente, esperando un encuentro.
Un tenue rocío moja mi frente, indicando la proximidad de los árboles. Ramas muertas entorpecen el camino en la noche, saltando troncos caídos, anteriormente señores de los senderos, voy acercándome al llamado.
Una luz mortecina rodea un claro en el bosque, aún se puede ver las luces de la cabaña, para mi asombro veo a Dago en el umbral de la puerta, observando atentamente mis movimientos. No lo llamo, este momento es solo mío, lo que encuentre solo será, porque ellos lo quisieron así. El susurro se hace más fuerte, como si fuera un coro, oído de lejos. Miles de voces convocando, como si fuera un encuentro antiquísimo, prometido siglos antes, cuando los celtas y druidas dominaban el arte de hablar con los seres del bosque.
Un ciprés viejo, casi sin ramas, dominaba el claro, sus pocas ramas estaban quietas, cuando los demás árboles danzaban y mecían sus hojas, provocando sin fin de siluetas en las raíces.
Al mirarlo un momento, me impregno de su sabiduría ancestral, puedo sentir todo el conocimiento adquirido con el paso de los años, el traspaso de milenios de historias a través de sus semillas.
Me acerco aún más, me inclino en un saludo, una reverencia nunca antes hecha, pero conocida.
Mi nombre es Elizabeth y aquí estoy.

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