lunes, 21 de junio de 2010

MORENO...10º CAPITULO



De todas las mujeres que pasaron por su vida, solo a una no podía olvidar, del resto no recordaba ni sus nombres ya. Como escapando de ella subió al barco, las despedidas le dejaban un sabor amargo. Un brazo levantado, agitando una cámara fotográfica, era lo único que podía divisar de ella entre la multitud. Una figura, subida a una caja con una mano sobre la frente a modo de visera como si fuera una esfinge, observaba el barco partir.
Moreno se frotaba los ojos como queriendo quitar esa imagen de su mente, recordando la promesa de regresar pronto, ella lo esperaría, lo sabía, lo podía intuir. Esperaría su regreso.
El sudor y la arena se le metían en los ojos, haciéndole difícil apuntar. El sol quemaba todo alrededor, evaporaba el agua, calentaba las armas y sobre todo los cegaba. De esto se valía le enemigo para atacarlos, una y otra vez el sol que daba de lleno en los ojos de los combatientes, marcaba su fin.
Solo diez valientes quedaban de toda de su guarnición de trescientos hombres. La sed, las balas y las heridas, los fue diezmando de a poco.
De sargento paso a ser comandante, al morir el último oficial de un balazo que atravesó su frente al asomarse por encima de la empalizada.
Comandante del batallón, conformado por diez hombres, incluyéndose.
Una caja con cincuenta balas, cuatro revólveres y seis sables, eran todo su armamento.
Pero el coraje de estos hombres condenados a muerte, por sangre o por sed, era superior a sus enemigos, que solo atacaban en condiciones demasiados favorables y se contentaron con esperar que mueran de sed.
Sabiendo esto, Moreno decide idear un plan, aunque sea solo para matar unos cuantos antes de morir.
Esa noche, sería la última noche si no hacían algo para defenderse.
Trabajan toda la tarde, sudan a mares pero no tienen agua para tomar. Dos soldados deciden tomar la vía rápida y se disparan un tiro en la sien. Moreno los mira caer lamentando las balas que gastaron.
La noche se va cerrando, se despiden deseándose suerte o morir rápido, cualquiera de las dos opciones era bienvenida.
En el silencio del desierto solo se oía el viento entre las dunas.
Una vibración empieza a sentirse en el suelo, los pensamientos de Moreno están junto a una mujer, muy lejos de el. En el mar.
Un griterío los alerta que están entrando a la guarnición. Cascos de caballos golpean el suelo fuertemente. El desenvainar de sables fue inconfundible, los hombres del desierto prefieren no gastar munición, siendo tan pocos hombres que matar.
Pero el silencio desconcertante que siguió fue lo que esperaba Moreno y sus compañeros.
Al unísono, salieron todos de sus escondites, pequeños pozos en la arena tapados con madera suelta, donde estaban arrodillados esperando la oportunidad. Estratégicamente colocados alrededor de la entrada al fuerte destruido. Ahora nadie podía entrar o salir.
Armados hasta los dientes, los hombres del desierto se enfurecieron al verse engañados de tal modo. Y buscaron la sangre del extranjero. mientras gritaban
Cincuenta hombres bien alimentados y sin sed, luchaban contra diez, hambrientos y sedientos, sin munición. Solo a sable y revólver se iban abriendo paso gritando ¡Aquí la Legión! Los entrené bien pensaba el sargento, mataban tres o cuatro antes de caer ante el acero enemigo.
Uno a uno fueron muriendo, solo quedaba el, su fiereza era motivo por cual el jefe de la banda lo observaba atentamente mientras Moreno atacaba y se defendía de no menos cuatro hombres al mismo tiempo.
Agotado. Cubierto de sangre, más ajena que suya. Con una rodilla en tierra, usando casi de bastón su sable, intentaba levantarse esgrimiendo un enorme cuchillo en la mano.
Al verse ya superado en numero y fuerzas. Se deja caer pesadamente ante los enemigos que lo rodeaban, los veinticinco que quedaban.
El jefe hace una señal, que no lo maten, lo quiere vivo.
Moreno busca en su funda el revolver con la única bala que le quedaba, guardada para esa situación. Cierra los ojos mientras apunta a su cabeza. La imagen de Elizabeth en su mente.
El clic fallido del percutor al golpear falsamente la bala resuena como un eco.
Miraba su arma con una mueca de fastidio y sorpresa.
No era tu destino dice un hombre. Mientras la culata de su carabina lo desmaya llevándolo de un solo golpe a la obscuridad de la inconsciencia.
La cabeza le dolía terriblemente, al incorporarse ve que sus heridas estaban vendadas. La entrada de la tienda se mueve por la brisa. Se alcanzaba ver unas palmeras, caballos atados a su sombra, el ruido de gente hablando y el griterío de niños jugando.
Una camisa colgaba de un caballete, un pantalón de su talle al borde de la camilla en la que estaba acostado.
Luego de vestirse decide averiguar en donde está, al salir de la tienda, el sol lo encandila un poco. Un repentino mareo lo obliga a buscar la sombra fresca de una palmera.
Mientras retomaban lo colores a su cara, observa atentamente a su alrededor, era un oasis, con todo lo que ello significa. Un parador, donde la gente vive, hace trueques y en donde las enemistades se dejan de lado, como dice la ley del desierto.
Un hombre se acerca a el, lo reconoce como el jefe de la banda contra la cual pelearon. La tensión en rostro aumenta, hasta que el hombre con un cuenco lleno agua se lo ofrece diciéndole bienvenido.

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