lunes, 21 de junio de 2010

LOBOS...19º CAPITULO



Caminando por un sendero cercano a la cabaña iba Marina canturreando con sus diez años recién cumplidos. Le permitían vagar por el bosque siempre y cuando no se alejara mucho, como la acompañaba Dago, Elizabeth siempre la dejaba ir confiada que el perro aunque entrado en años la cuidaría muy bien.
Siguiéndola como una sombra solamente paraba para olisquear el aire en busca de amenazas salvajes.
La niña se entretuvo cortando unas flores silvestres y unas piñas de pino para adornar el árbol de navidad que la madre había puesto en un rincón de la cabaña. Haciendo todo esto estaba ella ensimismada en su colección de flores que pensaba regalarle a su madre que tanto quería y que con el paso de los años habían creado una fuerte relación entre las dos.
Un gruñido hizo que se diera vuelta a mirar a Dago, este estaba mirando hacia unos pinos con el pelo erizado y mostrando sus colmillos.
Un lobo miraba a Marina atentamente como decidiendo la distancia para saltar y atacarla. De a poco fueron apareciendo más lobos entre los pinos cercanos a ellos. La niña dejó caer todo lo que acarreaba en su bolsita que tenia para juntar cosas interesantes como decía ella.
Un grito agudo y largo salió de su boca, esa fue la señal que esperaban los lobos, el miedo. Al mismo tiempo atacaron todos juntos, los cuatro. Dago se interpuso entre Marina y el primer lobo haciéndole frente. Los lobos lo atacaban sabiendo que al no contar más con su defensor, ella sería presa fácil.
Uno a uno los atacaba y retrocedía, ellos daban vueltas a su alrededor para poder atacarlo por detrás, pero siempre que bordeaban su flanco volvían a encontrar las fauces del can y una mordida segura. En un momento en que ninguno se decidía acercarse, Dago lanza un aullido, una llamada de auxilio. En el mismo instante que termina de aullar, un perro negro entra en la escena atacando a los que estaban más cerca de Marina. Ahora la pelea era mas pareja, el recién llegado se hizo cargo de dos lobos, hiriendo a uno en una pata delantera, se escuchó en chasquido y el lamento del perro por la pata fracturada, al mismo tiempo de caer al suelo fue ultimado con un certero mordisco al cuello, cortando alguna arteria, ya que la sangre brillante brotaba a borbotones. La pequeña no podía dejar de mirar asombrada por la sangre con la boca abierta por el terror. Mientras tanto Dago daba cuenta de un lobo al quedar este patas arriba con el labrador encima. Fue el momento que esperaba el lobo más viejo y experimentado de la jauría. Saltó sobre el perro mordiéndolo varias veces. Pero Dago no soltaba el pescuezo del lobo debajo de el, sabiendo que si lo dejaba, iría en pos de la niña y sería su fin. Herido y moribundo por las profundas heridas causadas, lentamente dejo de morder y cayó a un costado.
Al ver la paliza que recibieron sus compañeros el resto decide marcharse por donde vinieron, dejando en el bosque una escena de sangre y destrucción.
El perro negro se acostó al lado de Dago y comenzó a lamer sus heridas mientras este gemía dolorido.
Marina se acerca a los dos perros que salvaron su vida y en ese instante llega Elizabeth con un revolver amartillado apuntando hacia los árboles. Al ver que todo había terminado enfunda en su cartuchera el Colt que Moreno le había regalado, para un momento que lo necesites le dijo el.
Unas palabras de agradecimiento al perro negro salieron de sus labios ensangrentados. En su carrera por el sendero se había lastimado por la tensión, sabiendo que algo malo sucedía al escuchar el aullido de Dago desde la cabaña.
El enorme perro negro da una mirada a Dago que estaba recostado en los brazos de Marina y partió rengueando, a la profundidad de los árboles.
Las dos lloraban desconsoladamente, temblaban de emoción, no por la pelea vivida y que Elizabeth sospechaba al ver dos lobos muertos. Si no por su querido perro que tanto las acompañó y aprendieron a amar profundamente todos estos años.
Los ojos del moribundo iban de Elizabeth a Marina, las imágenes pasaban por su mente una y otra vez, un puerto, una tienda de mascotas, galletas marineras y los brazos tiernos y cariñosos de su dueña. Ese fue su último pensamiento, una mirada a Marina y un temblor que recorrió todo su cuerpo. Y así Dago partió a otro mundo en donde soñaría por siempre con lagos, bosques y dos mujeres.

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