lunes, 21 de junio de 2010

PRINCIPIO...13º CAPITULO



Dago solo se quedo observándola, sin moverse. Mientras ella descolgaba el atrapa sueños de la puerta.
Se preguntaba quien o que lo dejó allí y cual era el motivo. Su miraba iba del perro al bosque sin comprender que era lo que estaba sucediendo. Pero no tenía miedo, solo desconcierto. Al entrar en la cabaña, no encuentra nada fuera de lugar, nadie había entrado o por lo menos no había rastros de eso.
Al sentarse en la cama, toda su confusión mental, le golpeo de lleno con una fuerza tal que se sintió mareada. Observando el libro que dejó sobre la mesa y el bastón apoyado en una silla, se dio cuenta por fin que todo lo que pasaba no era un sueño o el resultado de su soledad ni la tristeza.
Se le había revelado un gran secreto y se negaba a reconocerse como sucesora de tal tarea. Tenía tanto para hacer, para ver y vivir, su hija que crecía dentro suyo, porque ella sabía que era una nena. Tenía la firme convicción que lo sería y se llamaría Marina. Luego de pensar mucho tiempo, llegó a la conclusión que era inevitable su destino y no podía cambiarlo. Solo restaba criar a su hija el tiempo que le fuera dado, hasta que el llamado llegara nuevamente a ella. Tomó el libro con sus letras inteligibles y leyó, sorprendida de poder hacerlo, anteriormente no pudo entender lo que decía.
Al aceptar su destino, le fue dada la última herramienta que necesitaba, conocimiento.
Comenzó a leer hoja tras hoja, sin pausas, varias horas, cuando terminó el nuevo día entraba por la ventana de la cabaña.
El perro dormía profundamente en la entrada, cuidando a su dueña, soñando con árboles que lo protegían de la lluvia.
Elizabeth abre la puerta sin hacer ruido, para no despertarlo y se dirige despacio por el sendero.
Su rostro marcado por el cansancio y la lectura, dejaba ver algo más. No era miedo ni tristeza. Ahora sabía todo.
El sendero bajo sus pies casi ni se sentía, a lo lejos se veía la luz de la Luna que caía brillante sobre el ciprés. Al llegar ante el hace una reverencia, comienza a danzar alrededor a su alrededor. Sus brazos se mueven suavemente creando figuras en el aire. De la nada aparecen mariposas que se posan sobre sus dedos sin que por eso ella dejara de bailar.
En respuesta las ramas del árbol comienzan a moverse acompañando la danza. Suben y bajan cada vez que Elizabeth pasa cerca de el.
De pronto sale de su trance y mira a su alrededor recordando en donde estaba. Escribe con el dedo unos símbolos en su tronco a lo cual el ciprés deja de moverse, una reverencia de despedida y parte a su cabaña.

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